La acumulación y la energía

Creo que muchas de las circunstancias actuales en la sociedad, no sólo las económicas sino hasta las sicológicas, sociológicas e intelectuales, tienen que ver con la perversa lógica de acumular cosas y la variante de intentar producir mucho más de lo que se necesita para vivir; siempre justificamos y estamos pendientes de acumular y acumular más riquezas. Pareciera que el condicionamiento proviene de lo orgánico, desde lo más profundo de nuestro instinto de conservación que nos lleva a guardar alimentos de los buenos tiempos hacia los malos, de la misma forma en que el organismo almacena grasa en el cuerpo para los períodos de hambruna. Pero a lo que me refiero no es quizás a lo instintivo que nos previene de la escasez en el futuro, sino a otro elemento, también instintivo, del predominio individual sobre otros individuos o especies que en una forma directa nos conduce a acumular control y poder en la sociedad; traducido mejor como: mientras más tienes, más vales.


No quiero criticar la acumulación de pequeñas escalas, como puede ser la de trabajadores comunes que agrupan bienes, con la intención de ahorrar los pocos recursos que se logran y mejorar así su nivel de vida (por ejemplo, la inversión de los pensionados). Me refiero a la aplastante lógica indetenible, codiciosa y ciega de la acumulación a escala gigante de capitales que crea imperios, acumulación esclavizante que somete a la población con esa finalidad y arrasa con todos los recursos del planeta y sus especies, montada en el argumento del progreso y el desarrollo. De nada parece servirnos la racionalidad y el conocimiento, el instinto parece que aún nos domina.

Esa misma lógica simplista de acumular que llevamos muy dentro, sin importar la escala, estimula por conveniencia a obtener las riquezas en la forma más rápida y concentrada que conocemos: el dinero. No se acumulan cosas que son muy grandes o perecederas, productos que se dañan mucho con el paso del tiempo (como los alimentos, por ejemplo). Se acumula mucho dinero para comprar cosas perecederas siempre que se necesiten (se supone que el dinero no se pudre, aunque la inflación lo reduce). Desde el punto de vista del esfuerzo que se hace y la seguridad, acumular dinero en un banco para comprar más adelante lo que haga falta, es mucho más fácil que planificar y asegurar una producción cualquiera, sujeta a incertidumbres y riesgos. Es mejor que otro lo haga. Es más fácil conseguir dinero para comprar tomates cuando nos venga en gana que organizar la siembra en una huerta y distribuir las cosechas a lo largo del año, pendientes de que no le caigan plagas, de fertilizar la tierra, de regarla, etc. Es más “relajado” comprar los tomates alistados por otros, sembrados, cuidados, cosechados, empacados y transportados desde sitios a cientos de kilómetros de donde se consumen (con dinero que no se pudre).

Esta forma de acumular “riquezas” con el dinero es tan fácil y rápida, tan estimulante y vigorosa, que hay que vigilar permanentemente a la gente para que no amenace con una pistola a su vecino y le quite su dinero concentrado; hay que crear instituciones especializadas que vigilen a los ciudadanos para reducir las posibilidades de hacer trampa con los ahorros concentrados de la gente. Se hace indispensable crear un Estado. Es tan atractivo el dinero porque es muy fácil usarlo, la riqueza está concentrada (como la energía en el petróleo) ¿Se imaginan a alguien tirando un atraco en un bosque? ¡Arriba las ramas todas las plantas, saquen las frutas! Sería demasiado cansón. Es preferible esperar a que un trabajador recolecte toda la cosecha, la limpie, la organice, haga la faena de la venta y cuando vaya de regreso a su casa, lo amenazamos con una pistola, le quitamos el dinero y nos llevamos las ganancias. Todo el valor concentradito. Así mismo funcionan las maquilas, es el mismo principio de extracción.

Y justo aquí es donde traigo a la escena un ingrediente de tal importancia que posiblemente pasa desapercibido, aunque es el motor indispensable en el proceso de la gran acumulación de capitales y cosas: la energía. Pero no es la simple energía como tal, siempre ha estado ahí; sino la disponibilidad fácil, en grandes volúmenes de energía, enormes, y más que cualquier otra cosa, la energía acumulada, la concentrada (otra vez), la que sustraemos de la acumulación que ya hizo la naturaleza durante millones y millones de años con la fotosíntesis ¿Recuerdan un líquido negro, viscoso y pegajoso llamado petróleo? El aceite de las piedras es como el dinero, un concentrado de energía que no se pudre. Sólo hay que extraerlo de las piedras y para eso se usa la tecnología. Sacar petróleo es como imprimir billetes o acuñar monedas: se hace y listo. Es tan atractivo utilizarlo para todo proceso industrial porque está concentrado y es muy fácil de transportar y de usar, igual que el dinero.

Sin ese concentrado no sería posible, por ejemplo, concentrar tantos trabajadores en una misma ciudad, los esclavos indispensables para la producción a gran escala de los modernos sistemas de explotación ¿Por qué? Porque no hay espacio disponible ni para dormir todos cerca de la fábrica, ni para producir suficientes alimentos con que comer. Estamos obligados por la naturaleza del sistema a transportar todo: los esclavos y su comida, insumos y desechos, desde dormitorios lejanos y desde grandes zonas de cultivo muy distantes, utilizando en todo el proceso el combustible que mueve la economía, la energía concentrada que extraemos del petróleo.

Si se cultivan grandes zonas para alimentar a los trabajadores, siempre con una misma especie de planta en lo que se llama agricultura intensiva y mecanizada (con energía del petróleo), el rendimiento de la producción decrece enormemente con cada cosecha, porque se agotan los nutrientes que absorben las plantas cuando crecen. Se necesita entonces reponer esos nutrientes fertilizando la tierra con muchos productos y químicos que también provienen del petróleo (sin hablar de los herbicidas e insecticidas). Se puede intentar hacer el trabajo de transportar la comida y a los trabajadores en carretas arrastradas por animales, con fuerza muscular, o con la fuerza del viento, como se hacía antes de la era industrial. También podemos utilizar guano de aves para fertilizar. La guerra del Pacífico, entre Bolivia, Perú y Chile en el desierto de Atacama, y por la cual Bolivia perdió su salida al mar, se dio justamente por el control sobre el guano y el salitre, tan abundantes en la zona, así que mucho valor estratégico tenían. Pero en esa época habitaban la tierra menos de mil millones de seres humanos que intercambiaban alimentos de forma rudimentaria y entre vecinos, en carretas, en barcos con velas y remos. No había refrigeración, por eso utilizaban el salitre para preservar la carne. En esa época, ¿cuántos habitantes habían en las ciudades?.

Se habla mucho sobre el manejo sustentable de la energía, sobre todo de la eventual independencia, parcial o total, de la energía asociada a los hidrocarburos, sustituyéndola por energías más limpias y renovables. También se habla con temple sobre la reducción de los gases de efecto invernadero que produce la combustión de hidrocarburos, a los que se culpa del ya inocultable y aceptado incremento en la temperatura promedio del planeta. Se dicen muchas simplezas y la argumentación propagandística está plagada de imprecisiones, sobrestimaciones y errores.


Antes de que se agoten, pudiéramos alargar mucho el uso de los combustibles fósiles como concentrado de energía que nos ha regalado la naturaleza, pero el uso (irracional) que hacemos de la energía hoy día nos da en promedio mundial un buen nivel de vida y muchíííííííííísimo tiempo libre. Ahí, posiblemente esté el problema: el ocio infértil. La energía concentrada que extraemos de los combustibles fósiles resuelve fácilmente con máquinas el trabajo de producir la comida con la que nos volvemos obesos, una  aberrante consecuencia más, sobre todo cuando se sabe que más de 1.000 millones de personas en el mundo sufren desnutrición crónica, tal y como lo reflejan la FAO y la UNICEF. Claro, malgastan la energía quienes tienen acceso al concentrado, porque es muy fácil de usar. Podemos pasar días enteros rascándonos la barriga y viendo televisión, de vacaciones sin hacer nada (sin descansar), disfrutando competencias de alta velocidad sobre tierra, agua y aire, donde los motores queman la gasolina por diversión; también podemos estar pendientes de la moda y adecuarnos a ella con todo el esfuerzo industrial asociado; vivir en ciudades tan iluminadas que pueden verse y encandilar desde el espacio; podemos hacer crecer la economía doméstica destruyendo y reconstruyendo otros países en nombre de la libertad. El agua que bota del grifo tampoco nos preocupa. No se nos ocurre sembrar los tomates en una huerta local (que fastidio, sólo lo haría como hobbie), así como ya tampoco podemos ser felices si no consumimos las frutas que se cosechan en el otro lado del planeta y que nos traen por avión antes de que se maduren.

Hagamos un ejercicio energético. Supongamos que la tecnología que tenemos hoy día, sin duda muy superior a la de aquellos tiempos preindustriales, permitiera aumentar la capacidad de soporte para la población con suficientes alimentos, ropa, servicios, transporte, educación, diversión y otras cosas que hoy consideramos indispensables. Seguro que aprovecharíamos mejor la misma energía disponible en aquellos tiempos, cuando no se usaba el petróleo. En esos días había más o menos la misma radiación solar, los mismos vientos, las mismas corrientes hídricas, etc. Supongamos además que ahora se explotaría todo ese potencial energético que antes no se aprovechaba, porque no existía la tecnología. Pues bien, según los estudiosos del tema estaríamos hablando de producir apenas unas 1.000 unidades de energía limpia, una cantidad que se quedaría corta frente a las 12.000 unidades que requerimos hoy para nuestro estilo de vida. ¿El discurso político sabe hoy en qué orden consumimos energía en el mundo? Por cierto, el 83% de la energía que se consume en el planeta proviene de los hidrocarburos.

¿Cuántas veces más se aprovecharía hoy día la energía que se utilizaba hace 500 años? Es una relación difícil de precisar, pero si conservadoramente hablamos de unas 5 veces más, entonces esos mil millones de habitantes sobrevivían con unas 200 unidades de energía. Es decir, con los mismos 1.000 que pudiéramos aprovechar mejor en el presente, gracias a la tecnología y sin contar con los combustibles fósiles, en la tierra pudiéramos convivir grosso modo unos 5.000 millones de habitantes, valor inferior a los más de 7 mil millones que ya pululan sobre el planeta. Quizás podemos diferir de esa desfavorable relación de 5 a 1. Tal vez es 10 a 1, y con eso aquietamos la conciencia. Pero se puede intuir con facilidad, viendo a nuestro alrededor, que nuestro estilo de vida depende enteramente del uso de los combustibles fósiles; también podemos reflexionar sobre si hoy día habitamos en la tierra más personas de las que el planeta puede alimentar de forma sustentable, a largo plazo. De hecho, el problema es más complejo porque aunque sea difícil de creer, según las Naciones Unidas, con toda la tecnología que disponemos en el mundo, existen hoy más de mil quinientos millones de personas que no tienen acceso a la electricidad y más de dos mil quinientos millones que sobreviven en las mismas condiciones energéticas y con los mismos recursos que teníamos hace más de mil años. Es decir, viven igual que en la prehistoria. No tienen petróleo, ni electricidad, ni agua, ni televisión, ni teléfonos, ni medicamentos, ni educación formal, ni internet, ni mucha comida. Así viven unas cuatro personas de cada diez seres humanos en el planeta de la globalización. Hasta el mismísimo Papa Francisco ha cuestionado en su encíclica Laudato si el alarmante rumbo que lleva la humanidad. ¿Quieres saber cuál es el rumbo y cual es el ritmo?

De cada 10 partes de la energía que se consume en el planeta, más de 5 partes se utilizan sólo en transporte. Si añadimos las partes que se utilizan en los procesos industriales, fabricando muchos peroles que no necesitamos, llegamos casi a 9 de las 10. Hoy día el habitante promedio del mundo consume una cierta cantidad de energía para mantenerse cómodo (excepto 4 de cada 10). Las sociedades cuyos habitantes están por encima de ese consumo, ¿estarían dispuestas a sacrificarse para reducir el gasto energético mundial? Por ejemplo, los países del primer mundo consumen unas 6 veces ese promedio mundial. Nosotros en Venezuela consumimos el doble. En Bolivia se consume menos de una cuarta parte de ese promedio. ¿Quién será el primero en apagar las luces?

Los desconsiderados habitantes humanos de este planeta tenemos que tomar consciencia sobre la disponibilidad de los recursos y sobre la indispensable preservación del ambiente, del que también formamos parte como otra especie más. Cualquier iniciativa de cambio en las condiciones a las que nos ha llevado el actual sistema económico de acumulación y derroche comienza en la mente, con la convicción de reducir drásticamente los niveles de consumo de energía y de recursos. Esta reducción estaría directamente relacionada con otra drástica reducción en el consumo de bienes y servicios, muchos de los cuales no son indispensables para la vida pero que nos tienen secuestrados como consumidores impulsivos, a través de campañas publicitarias que nos hacen creer que no somos nada si no los tenemos. Y si los tenemos, tampoco somos. Deberíamos preguntarnos: ¿qué es lo que realmente nos hace felices? y, ¿qué patrón de felicidad nos ha promocionado este sistema de vida actual?

Para sobrevivir a largo plazo tendríamos que comenzar a producir única y exclusivamente los aparatos y las herramientas que sean indispensables para sobrevivir, vitales, de la forma más eficiente posible. Comenzando desde un buen diseño y su fabricación (reutilizando y reciclando materiales), con mayor durabilidad y además utilizarlos en forma compartida, utilizarlos en comunidad, para reducir así el número de unidades necesarias. La propiedad colectiva debería ser la dominante. Tendríamos que producir localmente la cantidad de alimentos necesaria, con las mejores técnicas de cultivo (con la tecnología), aprovechando las ventajas climáticas de cada zona y adaptándonos y respetando los ciclos naturales de las plantas y su cosecha, consumiendo sólo productos de temporada y de origen local; sobre todo con la única intención de satisfacer el hambre y no con las ansias de dominar a otros consumidores, o de convertirlos en dependientes de nuestros productos. Sin conquistar mercados.

Si reducimos la cantidad de energía que utilizamos, inevitablemente tendremos que hacerlo por la vía de reducir el tamaño de la economía que nos mueve. Reducir el consumo de energía significa reducir el tamaño de la economía; y reducir el tamaño de la economía significa reducir el consumo de energía ¿Alguna idea sobre lo que estas reducciones implican y/o significan? (aquí hay una interesante perspectiva). ¿Quién se encarga de explicársela a las corporaciones?

El conocimiento y la tecnología deben ser totalmente libres, para la humanidad toda, sin restricciones de uso y sin monopolios ni fines comerciales, sólo para satisfacer las necesidades reales de la población del modo más efectivo. Si hay algo que es fácil y eficiente de transportar es el conocimiento: no pesa. Puede viajar por las redes de comunicación que surgieron de nuestra inteligencia para llevar los métodos de producción más eficientes a quienes los necesiten: transportaríamos el conocimiento para producir localmente alimentos y bienes, y con eso nos ahorramos la energía necesaria para transportarlos si se producen en otra parte. Para fomentar eso necesitamos una educación que sea crítica y conservacionista, orientada a la búsqueda de soluciones prácticas, simples, económicas, sencillas y eficientes; una educación distanciada de la mera repetición de conceptos históricos y dogmáticos que sirven sólo para formar engranajes insensibles del sistema actual de producción y acumulación. La educación debe estar centrada en fomentar el trabajo desinteresado y colaborativo, en lugar de estimular la competencia y el egoísmo (como los médicos especialistas o los profesores, por ejemplo, que se creen dioses).

Como acervo de la humanidad sabemos suficiente sobre lo que no debemos hacer; tenemos el conocimiento para evitar los errores históricos que nos han diezmado; sabemos perfectamente todo lo que perjudica al planeta y a nuestra subsistencia en él; llegamos al colmo de saber exactamente lo que nos hace daño y nos perjudica. Y lo peor de todo es que seguimos haciéndolo casi todo mal, una y otra vez. Creo que somos una plaga planetaria y nos merecemos la extinción.


Comentarios

  1. Interesantes reflexiones. Un elemento importante para la discusión estaría rondando en cómo mantener la energía del sistema social considerando las variables biológicas y sociales.
    Pero también, cuál sistema social? Qué se esconde tras lo aparente en los sistemas sociales y los recursos naturales?

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    1. La pregunta central sería: hasta qué tipo de consumos estamos dispuestos a considerar como indispensables? La comodidad y el "bienestar" del que disfrutamos en la actualidad es el umbral que debemos mover para sobrevivir. Estamos dispuestos?

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  2. Si no consideramos los límites de los ecosistemas para replantearnos un nuevo sistema económico y social y por ende una nueva forma de gobierno, la humanidad y el planeta no tienen viabilidad.

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