El costo económico de las lluvias

Hasta el día de hoy, van más de 30 fallecidos por efecto de las lluvias aquí en Venezuela. En Colombia van más de 200. En Portugal, Francia y España, Europa en general, están pasando el frio parejo por vientos, nevadas inusuales y/o adelantadísimas. En Australia, en donde hasta peces están lloviendo, también están tragando agua, después de haber pasado una horrorosa sequía.

Las noticias cuantifican las pérdidas en millones y millones de dólares. Millones y millones de dólares saldrán ahora en préstamos para reconstruir y recuperar las pérdidas ocasionadas por las lluvias en casi todo el planeta, sobre todo en donde se concentran los mayores y menos favorecidos grupos poblacionales. Cuando el pobre lava la ropa, llueve.

Un bojote de millones que van y vienen en lo que pareciera ser un negocio redondo como la tierra.

Sería interesante ahora intentar cuantificar las “pérdidas” que usualmente tiene, esta vez la naturaleza, producto de la “lluvia” de vainas que le lanzamos durante todo el año. No es que la naturaleza tiene la fortuna de aguantar una “temporada de lluvia de basura”, para después, con préstamos del FMI y del Banco Mundial, recuperarse durante la “temporada de sequía”, época en la que no llueve ni una “bolsa” de basura en la tierra. La mierda le llueve a la Tierra durante todo el año.

Y es que no nos paramos a cuantificar en dólares esos daños. Desde dejar la luz del baño prendida, derperdiciando energía, hasta los ríos de mercurio en las explotaciones auríferas, pasando por las deforestaciones, los incendios, la acumulación de montañas y montañas de basura no degradable, la isla de basura en el océano, los ríos de químicos en los desechos de las industrias, los desechos radioactivos. La cuenta es decepcionantemente gigante, el planeta no puede aguantar tanta lluvia; más bien parece un diluvio.

Los costos de producción de la industria actual, esa que asociamos con comodidad al progreso y el desarrollo de la humanidad, no toman en cuenta los gastos asociados a preservar el ambiente. Alguna vez pensé que en el análisis de costos de un mundo equilibrado y autosustentable, el objetivo primario de cualquier ejercicio económico debería ser la preservación de las especies y la vida en el planeta. Luego, como objetivo secundario pudiera estar entonces producir zapatos deportivos. El costo de producción de un zapato no es sólo la materia prima y la manufactura. Toda la basura, desechos y miserias de la explotación humana asociados a la producción se la lanzamos a la naturaleza para que ella resuelva, para que se encargue de degradar y reciclar el “pupú” del progreso y nos lo devuelva transformado en nuevos recursos naturales.

Pero cuando la lluvia nos golpea, o vemos por televisión a todos esos congéneres pasando trabajo y llorando porque el río les llevó todos los peroles, o porque el cerro se trajo la mitad de la casa, en ese momento sentimos que nos tocan en el corazón y se nos despierta el gusanito de la solidaridad. Quizás nos hacemos solidarios por entender el sacrificio material que cuesta organizar tu hogar y ver como otra persona lo pierde todo. Quizás por esperar que a uno no le toque lo mismo. Quizás por una vuelta al espíritu colectivo que alguna vez fue la ley de vida de la especie humana conviviendo con las otras especies, en paz con la Tierra.

Nos acordamos de Santa Bárbara cuando llueve. Y mira que ha llovido. Pero la memoria de piojo de la que nos ufanamos, la increíble capacidad para no ver la acumulación de un daño con todo lo que hacemos, el no entender que si todos los días tiramos basura en el inodoro, algún día se tapará, hace que nos olvidemos al día siguiente de las lluvias y sus estragos, que hagamos entonces unos buenos chistes sobre ella y sobre la tragedia, para reafirmar entonces que en Venezuela hasta de las tragedias hacemos un chiste y por eso somos felices. Es posible que estas demostraciones que nos hace la naturaleza sean señales de advertencia para que mejoremos nuestra memoria, para que tomemos consciencia del daño y las pérdidas que le estamos ocasionando permanentemente, lentamente, pero en forma sostenida. Señales que progresivamente se harán más fuertes si no las atendemos. Así como cuando uno llama a un hijo y no te obedece, entonces uno le repite el llamado un poco más alto, y más alto, y más alto,... hasta que uno se arrecha de verdad y toma otro curso de acción.

Intentemos pues, tomar consciencia y cuantificar las pérdidas materiales que sufre la naturaleza por nuestro aguacerito como especie, y comparemos los órdenes de magnitud. Se vale ponerse a llorar...

La Tierra apenas nos está susurrando las señales que nosotros le gritamos con altanería y prepotencia. Veremos qué resulta.

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