Los prejuicios y la matriz de opinión pública

Por alguna razón del destino cayó en mis manos un libro de Martin Lindstrom, genialmente intitulado “Buyology” (algo así como “compro-logía”, pero jugando con la similitud en la fonética inglesa de la palabra biology).

En ese libro el autor habla sobre las verdades y mentiras acerca de por qué compramos, basado en una extensa investigación de campo sobre los aspectos fisiológicos, neurológicos y el efecto que tiene la publicidad en nuestra percepción sensorial. El autor, considerado una de las 100 personas más influyentes del mundo, según la contraportada de uno de sus libros, es un gurú del mercadeo. Tiene en la cabeza todas las estadísticas imaginables o no, sobre las tendencias y reacciones del mercado frente a los estímulos que ensaya la publicidad.

El estadio actual, reseñado ampliamente en el libro referido, son los avances en el neuromercadeo (neuromarketing), ciencia que trata de buscar la forma en que el cerebro reacciona antes los estímulos sensoriales, para emplearlos luego en la técnica del mercadeo. En lo particular, detesto todo lo que tenga que ver con mercadeo, principalmente porque ese afán de querer vendernos cualquier cosa, utilizando lo mejor de las ciencias, es lo que ha resultado en el mundo que tenemos.

Pero la perspectiva del autor sobre el tema, el interés en las informaciones que presenta y su actitud personal hacen que valga la pena leer el libro. De hecho, en su argumentación nos alerta sobre las muchas técnicas que se utilizan y como, a partir del conocimiento que se tenga sobre ellas, pudiéramos convertirnos en consumidores más racionales y menos compulsivos.

Uno de los hechos que describe el autor es que las estadísticas demuestran que una persona promedio recibe en su vida una catajarra cuasi-infinita de mensajes publicitarios y que el porcentaje de retención de esos mensajes se ha ido reduciendo progresivamente con el tiempo. Es decir, la gente promedio cada vez recuerda menos de lo que le bombardean en publicidad, con lo que el autor concluye que las personas, también progresivamente, han ido construyendo una especie de filtro cada vez más fuerte contra el embate publicitario. En cristiano: el consumidor cada vez le para menos bolas al aguacero de propagandas (y a casi cualquier cosa, por cierto).

Para la gente que trabaja con mercadeo constituye un reto técnico vulnerar ese filtro y poder colocar su mensaje en el subconsciente del consumidor. Para mi, que detesto el mercadeo y su influencia, pareciera ser una explicación sobre la inexplicable superficialidad con la que hoy día mis coterráneos asumen casi cualquier tema. ¿Será por esto que la gente es cada vez menos propensa a analizar las cosas en profundidad? ¿Tendremos que arrear con esta otra tara generacional que amablemente nos ha sembrado la cultura del consumismo? 

Construir una matriz de opinión pareciera ser tan simple que asusta. Partiendo del hecho de que nadie le para mucha bola a lo que le dicen, con solo lanzar tres o cuatro pendejadas bien “iniciadas”, en el momento adecuado, sería suficiente para consolidar un mensaje distorsionado.

Pongamos por ejemplo esto: “tu has tenido un buen desempeño...si lo comparamos con el resto del grupo”. Con esta frase no se dice que el desempeño es bueno, sino que sólo es el mejor del resto del grupo. Según la teoría del filtro, el mayor interés del receptor se dedicaría a la parte inicial del mensaje, mientras que la parte final, aún incluso después de una pequeña pausa intencional, no tendría mayor relevancia. El receptor puede quedar con la impresión de que su desempeño es bueno, cuando en realidad pudiera ser que es una cagada, pero sobresale entre los peores.

La preparación continuada de una percepción o la construcción de un criterio, es decir, la base de opinión que pudiera lograrse alimentándola con mensajes distorsionados, modificaría aún más la percepción de los mensajes sucesivos. Con un condicionamiento encima, con un juicio ya formado (prejuicio) y un orden adecuado en la intensidad y en la emisión de los mensajes (dosis), se pudieran lograr maravillas. No conozco la ciencia que describe estas cosas, sólo aplico la lógica.

Mis preguntas ahora: ¿Quien es más susceptible, intelectualmente hablando, de ser manipulado para sembrale un prejucio? ¿Qué grupo social mostraría una mayor tendencia a ser manipulado de este modo? ¿Por qué? ¿Cómo escaparse de la superficialidad? ¿Cómo ayudar a alguien a que se escape? ¿Cómo saber si estas atrapado? Si ese conocimiento se utilizara en provocar los estímulos adecuados para formar un ciudadano más solidario, más responsable, más humano, más solidario y más colectivo ¿qué lograríamos?

Si lo que conocemos sobre el funcionamiento del cerebro se utilizara para lograr un aprendizaje efectivo en toda la población, en procura real de una educación que lo libere. Si la tecnología militar se utilizara para mejorar la eficiencia en el consumo de energía y en la producción de bienes y servicios de bienestar. Si por ejemplo..., ya, ya, ya, mejor dejo la preguntadera porque me estoy volviendo demasiado superficial.

 

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