Reflexión sobre los modos de producción


Un tipo saludable decide comenzar a producir su propia comida. Para subsistir de forma razonable, es decir, cubrir sus requerimientos energéticos y proteínicos, le basta si consume unas 10 mazorcas de maíz por día. Esas 10 mazorcas se obtienen de unas 5 plantas, cultivadas durante unos 5 meses. Con esta cuenta, nuestro “hombre de maíz” a quien llamaremos Miguel, tiene que sembrar 5 plantas todos los días del año. Vamos a simplificar el asunto asumiendo que la “providencia” lo mantiene alimentado durante los 5 meses que se demora la primera planta en producir las primeras mazorcas.

Originariamente la “providencia” era quien “proveía” a los hombre y mujeres de maíz antes de la gran revolución agropecuaria, momento aquel cuando se dieron cuenta que podían cultivar y criar todo lo que encontraban por ahí regado y que les servía de alimento.

Después de tener varios meses comiendo puro maíz, Miguel descubrió que su vecina Yuraima andaba en las mismas. Ella había comenzado a producir su propia comida, pero estaba sembrando yuca en lugar del maíz que sembraba Miguel. Yuraima necesitaba cosechar una planta diaria que demoraba 10 meses en producir las primeras buenas raíces. Ella también sembraba una planta todos los días.

Según una simple aritmética, Miguel mantenía un maizal con unas: (5 plantas) x (365 días) = 1.825 plantas de maíz, mientras que Yuraima cuidaba en su conuco: (1 planta) x (365 días) = 365 plantas de yuca. Ambos estaban ya cansados de comer lo mismo, por lo que decidieron juntar esfuerzos y compartir lo que cosechaban. Así pues, todos los días Miguel ponía en la mesa sus 10 mazorcas y Yuraima ponía las raíces de una mata de yuca. De este modo ambos comían y satisfacían sus requerimientos energéticos y proteínicos.

Después de tanta yuca y tanto maíz, Miguel y Yuraima comenzaron a multiplicarse. El asunto era que ahora había más bocas que alimentar y por lo tanto la siembra tenía que ser mayor. Utilizando como base lo que ya sabían, aumentaron el número de plantas que sembraban, de modo de cubrir la porción que hacía falta para cada persona adicional. Se convirtieron así durante un buen tiempo en la “providencia” de los hijos y las hijas que venían llegando.

En esta etapa ocurrió algo muy importante. Yuraima tenía las mamas que hacían falta para alimentar a los cachorros cuando nacían, mientras que Miguel tenía los músculos que hacían falta para sembrar más plantas. Sin que hubiese alguna discusión estéril sobre el asunto, cada uno asumió el rol que mejor le venía: Miguel se fajaba sembrando y cosechando mientras Yuraima alimentaba y cuidaba a la descendencia. Al final del día todos se recogían, Miguel llevaba la cosecha y Yuraima la repartía a todos por igual. Las porciones eran tan justas como el amor que los unía.

Por cierto, estamos simplificando bastante la historia para no ponernos tristes desde el comienzo. Las culebras no pican ni a Miguel ni a Yuraima; los gusanos no se comen las mazorcas ni las yucas; el clima es estable, llueve con regularidad y no hay inundaciones que arrastren las plantas; ningún vecino se antoja de robarle los alimentos a nuestra pareja. Todo marcha viento en popa.

Eventualmente, entre las matas de maíz y las de yuca, Miguel y Yuraima comenzaron a sembrar otras plantas de aromas y de frutas, así como también comenzaron a criar algunos animales que se comían los gusanos de las plantas y les daban carne, otros auyentaban a las culebras y otros les daban leche para beber. La alimentación y la subsistencia del grupo familiar estaba asegurada y en perfecto equilibrio.

En eso llegaron la tecnología y las ciencias.

La tecnología hubiera sido fabulosa para todos si quienes la descubrieron la hubieran compartido con quienes no la tenían. Mas bien se usó para dominarlos. Cuando tienes tecnología, en el mismo terreno en el que Miguel siembra 5 plantas de maíz y una de yuca, puedes llegar a sembrar unas 50 de maíz y hasta 10 de yuca: ¡Una sola persona!. Llamaremos a esa persona un tecnólogo.

Miguel ve desde la cerca la enorme producción del tecnólogo y le entra la flojera. No comprende cómo él tiene que sudar tanto para producir una pequeña parte de lo que logra el vecino, y ni siquiera suda. Que dilema. Deprimido decide entonces dejar de sudar tanto y consigue trabajo en una oficina. No sabe hacer nada más que sembrar maíz y yuca; en base a eso se calcula su sueldo.

Miguel, con más tiempo libre que antes, en lugar de ir a cazar animales para la comida de su familia se dedicó entonces a cazar a otras mujeres. Se le olvidó el compromiso de protección y fidelidad al proyecto común de su familia y prefirió sustituirlo por unos cuantos orgasmos clandestinos. La idea de regar su semilla por la comarca, algo que aparentemente está en sus genes -en su naturaleza, dice Miguel - automáticamente lo transformó en un simple almacén de semillas. Sólo en eso.

Ahora Yuraima también dispone de la tecnología. Tiene una gran experiencia administrando recursos, lo ha hecho toda su vida y, casi sin querer analiza objetivamente la nueva situación: la tecnología suplanta con creces la fuerza de los músculos del almacén Miguel, y como en un solo almacén se pueden guardar suficientes semillas, pues no hace falta mantener tantos “almacenes” comiendo y consumiendo recursos. Su grupo de trabajo se quedó esperándolo demasiado tiempo.

El equilibrio que había en el grupo que con tanto esfuerzo conformaron Miguel y Yuraima se vino al piso. Yuraima botó a Miguel de la casa y ahora limpia la casa del vecino tecnólogo, gracias a eso puede comprar algo de comida para sus hijos. Mientras sus hijos, los peones que recogen las cosechas del tecnólogo, gastan la miseria que reciben de sueldo en “celulares, zapatos y ropa de marca”, cosas costosas que fabrican otros tecnólogos, en lugar de utilizarlos para educarse o construir su propia familia. Miguel traga bebidas espirituosas que otros tecnólogos destilan, en eso se le va la vida y las pocas monedas que le caen en el bolsillo.

La familia de los hijos de la familia no llega con esfuerzo ni con amor. Vestidos con “zapatos y ropa de marca” y poniéndose de acuerdo por “celular”, bailan reaggetón y terminan disfrutando irresponsablemente de un orgasmo, multiplicando las bocas que comen, sin siquiera tener asegurada la comida de sus propias bocas.

Miguelito y Yuraimita necesitan más recursos para comprar más zapatos, ropa y reaggetón, así logran más y mejores orgasmos. Se consiguen unas pistolas para ahorrarse el esfuerzo de sembrar el maíz y la yuca: ahora se las roban al vecino. A tiros se van abriendo camino en la vida, van progresando, logran robar muchos recursos y andan a la moda; hasta que llega uno con mejor puntería y les roba la vida misma. Se les acabaron los orgasmos.

¿Qué pasó con el sueño de Miguel y de Yuraima?¿Qué beneficio les trajo la tecnología?¿Qué futuro le toca a Miguelito y Yuraimita?¿Quién tiene la culpa de lo que pasó?¿A quién le podemos reclamar?¿Cuánto vale un orgasmo?¿Dónde está la línea que separa al hombre del animal?

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