Peleando dentro de un submarino


Hace poco se dio una circunstancia en mi entorno de trabajo que me puso a reflexionar sobre el típico enfrentamiento acción-y-reacción nuestro, tan venezolano él. Me atrevería a decir que es también latinoamericano, pero vamos a dejarlo como especulación de quien me lea. Desde hace un par de años se viene planteando una discusión acerca del uso que se le dan a ciertas instalaciones, utilizadas en todas las ocasiones para la realización de eventos que nada tienen que ver con la función y objetivos originales de la institución. Estos eventos han reportado una cantidad relativamente importante de dinero, proveniente del alquiler de los espacios, y que han sido utilizados, a mi parecer, de una buena forma y con bastante transparencia. Sin embargo, los daños colaterales, esas cuestiones que están en las márgenes del río de billete, han causado bastantes malestares en la comunidad. Una serie de molestias y daños que se derivan del uso “excesivamente popular” y masivo de unos espacios que no fueron diseñados para tal fin, mucho menos para tal objetivo. La cuestión es que en una oportunidad, con motivo de un nuevo alquiler de las instalaciones para otro evento más, un grupo de muchachos de la comunidad decidió arremeter y protestar con una intensa campaña de publicidad y con algunas acciones que fueron calificadas como “violentas”. Para mí esto es algo así como un esclavo cuando se arrecha y tira la la pala, viene entonces el capataz y lo califica de violento. Ahora trato de explicar lo que yo considero es el enfrentamiento que mencioné al principio. Tenemos claramente dos posiciones enfrentadas que no deberían estarlo, dos argumentos en contra que no deberían serlo, dos grupos de interés que comparten un interés común. Los jóvenes están enfrentados con una autoridad. El verdadero problema no es la acción violenta de los jóvenes; tampoco lo es la aparente indiferencia o reacción también violenta de las autoridades. Se ataca a los jóvenes porque muestran su desagrado acumulado con violencia y se ataca a la autoridad porque se torna violenta con su reacción y con sus decisiones. Pareciera que se ataca al responsable del cargo. Pareciera inclusive que se ataca a su gestión. Aquí, en el fondo, lo que los mirones atacan sin saber es a la estructura de la Institución, ambos bandos lo hacen. El verdadero y único problema, desde mi punto de vista, es la imposibilidad que tienen nuestras instituciones dentro de su estructura para mantener espacios de discusión permanente, entre los componentes de una comunidad que tiene un objetivo superior común. No existen espacios para que cada persona o colectivo comparta sus soluciones, sus ideas, para que la respuesta a los problemas de todos, provenga del aporte de todos los afectados. No hay espacio para discutir las reglas de la institución: nos atrincheramos en defender el cumplimiento de las reglas sin pensar siquiera en la validez de ellas. La torpeza de fondo es no asumir como absolutamente normal que las reglas se deben respetar y que también se deben revisar, permanentemente. Todavía aceptamos como cultura que el elegido es el jefe, que la autoridad es para mandar. No terminamos de entender que el elegido es el encargado, que la autoridad es el responsable ante los electores. Veo enfrentamientos como este a cada rato. ¿Qué quieres, que no me arreche y que no tire la pala si siento que me estás tratando como a un esclavo?. Y tú, ¿Qué quieres, que no te reclame, aún cuando no me había enterado de que te estaba tratando como a un esclavo? Ninguno de los dos se entera de lo que padece el otro. También están los del otro extremo, los reclamadores y los encargados que no asumen su responsabilidad. La mujer que exige casa para ella y sus doce hijos y el funcionario que no tiene la vocación ni las ganas de resolver problemas como esos: ¿Cómo puede una mujer llegar a tener doce hijos?, sin tener con qué comer y menos para comprar una casa. Y, ¿Cómo puede una persona permanecer, todos los días, ocho horas haciendo algo que no le gusta?. Se ataca a una Institución porque no resuelve los problemas de los afectados, y la Institución ataca a los afectados porque estos no entienden sus limitaciones.

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