Las leyes naturales del mercado y la tecnología

El libro “Investigación de la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones”, del Doctor en Leyes británico Adam Smith, es uno de los libros de donde frases sacadas con pinzas han sido de las más referenciadas en las diatribas entre socialismo y capitalismo. Aunque probablemente su texto es de los menos leídos en extenso. Aquello de la mano invisible que gobierna el mercado lo sabemos de memoria y en el subconsciente nos imaginamos una mano peluda que nos tiene agarrados por el cuello.

El libro es tan largo y a veces fastidioso como otros, nada original en ese sentido. El autor hizo por primera vez en la historia, entre otras cosas, una desagregación de las partes que componen el esfuerzo de producción de cualquier empresa, analizando la contribución de cada etapa y la ventaja que se logra cuando el trabajo de producir algo se divide en partes, con trabajadores entrenados y especializados en tareas muy específicas. La agregación de esas fases en una línea de manufactura significa un aumento notable en la producción total. Es decir, diez personas entrenadas para diez fases consecutivas que culminan en una tarea, actuando en secuencia, son más eficientes y logran una mayor producción que diez personas actuando por separado, haciendo cada una la misma tarea completa. Esa es la base de la explotación, porque de entrada necesitas a diez pendejos que se calen estar haciendo lo mismo durante todo el día, sobre todo porque ese aumento que ciertamente se logra en la producción, nunca se convierte en un incremento de sus ganancias. Simplemente se convierte en una reducción en los costos de producción que luego se traduce en una mayor utilidad para quien emplea a los robots humanos. La descripción que hace el autor de ese “fenómeno” de la producción es muy buena, una observación bastante detallada de los procesos y como se complementan para lograr ese incremento en la efectividad del trabajo colectivo. Ese mismo trabajo que yo llamaría esclavitud colectiva, porque si quienes recibieran el beneficio de semejante estrategia de producción fueran quienes sudan la gota gorda y se hastían haciendo lo mismo cada día, entonces sería perfecto. Si los dueños de los medios de producción fueran los mismos trabajadores, cónchale, así sí sería una maravilla trabajar de esta forma.

Adam Smith evadió explícitamente en su trabajo la conjunción de sus ideas sobre producción y la naturaleza humana, aunque es justo reconocer que en cierta forma anticipó y advirtió sobre la alienación que finalmente ocurrió (¿Será que lo hizo a propósito?). Quizás ahí estuvo la debilidad que me aleja de sus planteamientos, el haber separado las consideraciones económicas y de producción, de la dinámica y de la naturaleza humana. Sus ideas me parecen una maravilla, un tiro al piso que aprovecharon los capitalistas de entonces, ayudados además por el invento de la máquina de vapor, el surgimiento de la maquinaria industrial, para comenzar a explotar de forma colectiva, masiva, a la inmensa cantidad de muertos de hambre que había en esa época, gente plagada de enfermedades, hambre e ignorancia, que corrieron desesperados para sobrevivir y, sin sospecharlo, a formar parte del surgimiento de la gran era industrial de la humanidad. Y de la élite económica actual. Que bello todo lo que hicieron y como lo hicieron.

De todas formas, la ciencia, la tecnología y el conocimiento no se han desarrollado para resolver los problemas o para satisfacer las necesidades de la gente. Han crecido sólo por el estímulo del lucro o por la intención de acumular, por la explotación del negocio que consiste en vender una solución descubierta al mejor postor. Si no hay música, la ciencia no baila. Si no lo creen, preguntémosle a los africanos qué opinan sobre la cura del ébola. El gran negocio consiste en conseguir una buena idea (propia, comprada o robada, y no importa que sea para algo inútil o superfluo) e ir aprovechando lo mejor posible cada estrato económico de potenciales compradores hasta agotar el efecto de satisfacción que tiene en el consumidor poseer la innovación del mercado. Lo nuevo es lo que se vende. Inclusive, ese agotamiento se puede estirar con publicidad. Veamos por pasos.

Una vez que el negocio de un invento ha saturado el consumo de los más aptos (de los mejores postores), de quienes se pueden obtener las mejores ganancias, el invento se derrama como las gotas de la riqueza, según Smith (trickle down policy) y se populariza, se masifica, se convierte en un negocio a gran escala, pero en otro ámbito: en otro “target” de mercado; con menos utilidades por individuo, pero con más individuos. Se sigue ganando un montón. Ahora se le vende la tecnología a las masas, al lumpen, con todo el ingenio y los recortes en costos que hagan falta para poder incluir pedacitos de ese conocimiento en artículos de consumo masivo, regaditos, a precios de consumidor tipo chorizo: a gran escala, al bululú. El ingenio se pone esta vez al servicio de dosificar la entrega de las innovaciones en tecnología, con la finalidad de alargar el período de recolección de las ganancias, por la vía del estímulo permanente al consumo.

No es bueno para el negocio ofrecer todas las ventajas tecnológicas que se tengan en la mano, de un solo golpe, para meterlas en un producto y mucho menos, hacerlo al menor precio posible. Es necesario desagregar la tecnología toda en componentes menores, para incluirlas progresivamente en “modelos” diferentes, estratificados en características y precios, de forma de abordar diferentes segmentos de mercado y así explotar al máximo cada tipo de consumidor. Esta es la lógica del mercado.

La publicidad, uno de los brazos armados del mercado (igual que los ejércitos, la OMC, el FMI, etc.), inteligentemente se encarga de que te autoflageles, que te sientas muy mal, si no compras los productos que pertenecen a escalas superiores a la tuya, te presiona sistemáticamente y con tecnología para que siempre aspires a consumir productos de las escalas superiores a la propia. Tú sabes perfectamente en qué escala estás. También lo saben los publicistas. Estos desalmados estudian y aplican técnicas psicológicas para estimular la ambición más allá de tu control racional, intentan lograr (y lo logran) que asocies la compra de un determinado producto con la pertenencia a otra escala económica superior, algo que en nuestra sociedad se traduce en otra escala de poder. Al comprar un producto de una escala superior a la que sabes que perteneces, sientes que pasaste a la nueva y te diferencias de la que dejaste. Te sientes más apto para sobrevivir. No se trata de adquirir un producto para satisfacer tus necesidades, eso sería muy simple y malo para los negocios, se trata de urgar en tu subconsciente para que siempre des lo mejor de ti en la procura del ascenso en la escala evolutiva propia. Bueno, y entonces, ¿para qué trabaja uno? Decimos como excusa. Los productores siempre agradecen ese esfuerzo, la economía puja al ritmo del esfuerzo que hagamos por mantener el ritmo del consumo. Los publicistas son el catalizador de ese esfuerzo. Los consumidores somos el “target”, somos los pendejos útiles.

Finalmente, la tecnología sirve también para ganar batallas, no tanto al más apto, sino a quien la posee y la convierte en armas (usualmente coinciden, o se ponen de acuerdo). También sirve para amedrentar a quien pretenda desarrollar su propia tecnología para salir de abajo y se pueda convertir en una amenaza: que se pueda convertir en un competidor y logre mayores posibilidades de supervivencia. Hay que eliminar a quien pretenda convertirse en el más apto.

La supervivencia del más apto es lo que nos venden los evolucionistas y es por lo que compramos los consumidores.

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