Mi libertá en guasap


¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Albert Einstein

Claro, Einstein dijo esto porque no conoció al guasap ni las dificultades contemporáneas para lograr mantener las reglas en esta nueva herramienta de “comunicación”. Por ese nuevo desagüadero electrónico todo el mundo lanza lo que le parece, cuando le parece y las veces que le parece, sin prestarle atención a los acuerdos, a las reglas de la participación, a quién le cae, a los objetivos del grupo, ni a la diversidad del pensamiento que puede haber en los auditorios electrónicos de moda.

En estas galleras digitales, muchas veces formadas por hasta el tope actual de 256 contactos, se comienza con una muy buena intención: “...así todos estamos comunicados…”, aseguran quienes se encargan de crear y promocionar el “grupo”, y parece buena idea mientras el número de añadidos comienza a crecer: “...ay, méteme en ese grupo, así nos hablamos...”, suplican los amigos de los amigos de los amigos, aquellos que no se hablan desde que salieron del liceo, porque se detestaban, o de las mamás pendientes de la situación y para poder cuadrar con los niños. Grupos de todo tipo, desde condominios, equipos de béisbol, salidas de vacaciones, ventas de garaje hasta estudiantes y trabajadores de oficinas.

Todo es bello al principio, digamos, hasta los primeros 5 minutos de existencia del chat. Luego, el monstruo se devela como la genuina gallera que es. Comienza entonces la descarga de mensajes por parte de los cientos de usuarios que aseguran cada uno es indispensable para la supervivencia del resto de los integrantes o es súper divertidísimo. Cualquier cosa que hayan recibido de cualquier otro de los grupos a los que pertenecen, es vital difundirlo. No importa si no tiene nada que ver con la intención original del grupo, o si es ofensivo para el resto, o si es un video súper tierno de 20megas que todos aborrecen menos quien lo envió. El asunto es que cada mensaje enviado cuenta con la patente de ser una expresión de la genuina libertad individual que todos debemos cuidar y por la que nadie puede protestar y menos reclamar, así no le interese, porque esa es nuestra libertad de expresión. Así llaman a los abusos comunicacionales que se cagan en la libertad de los demás.

La libertad de expresión no significa que los demás se tienen que calar lo que yo quiero expresar. Escuchar lo que dicen los demás sin que el tema le interese a uno se puede llamar compasión con el prójimo, psicoanálisis (si estás en un diván y eres psicólogo o psiquiatra), catarsis voluntaria, masoquismo, cualquier cosa menos libertad de expresión. Si alguien decide y acepta participar en un chat para hablar sobre olores fétidos, por ejemplo, se entiende entonces que el nuevo contacto, utilizando las posibilidades que le da su libertad para escoger, acepta leer mensajes sobre el tema y se entiende que los demás participantes del grupo también han consentido leer esos mensajes, por lo que es bienvenido escribir o reenviar disertaciones fétidas al grupo y así todos siguen siendo felices. Si no me gusta el tema, simplemente no participo y también soy feliz.

La libertad de expresión tampoco significa que puedo mandar disertaciones fétidas al grupo de chat de mis clientes, a quienes les vendo obras de arte (a menos que sea un tarado), creyendo que ellos deben entender mis puntos de vista y aceptar mi libertad de expresión. La verdadera libertad es que yo puedo crear los grupos que me dé la gana y hablar en ellos de lo que me dé la gana. Que haya gente que me escuche es cuestión de la libertad de los demás, no de la mía. Es libertad de expresión, no de recepción. Pero al grupo de mis potenciales compradores de arte no les puedo mandar la misma basura que comparto con mis amigotes del colegio. Los chat de condominios son casi que una lista de clientes, grupos de personas sensibles, inteligentes, de ideologías divergentes, convergentes en un espacio y tiempo, a quienes no necesariamente le interesan los otros temas que yo pueda manejar en mi mente perversa. Por esta razón, estoy obligado socialmente a mantener el estilo de la comunicación dentro del mayor respeto a la libertad de cada quien, a la libertad de los demás; teniendo como umbral a la libertad del más intransigente. Al registrarse en un grupo de condominio, el propietario cede parte de su libertad, casi por obligación social hacia los vecinos, para compartir un espacio de interés común; pero no está obligado a compartir las perspectivas y/o perversidades, cursilerías y sandeces del resto de los propietarios. Nunca será un argumento válido justificarse en la libertad que se autoproclama cada uno para montarse y atropellar la libertad de recibir o no que tienen los demás.

Lo que sucede es que estamos acostumbrados a lanzar las cosas porque nos parecen divertidas, o porque necesitamos que los demás piensen que soy inteligente. Pero la diversión se acaba cuando alguien, igual de abusador, lanza algo que nos afecta directamente, o que choca contra nuestra escala de valores o nuestra perspectiva de vida. Justo ahí se acaba la libertad del otro: te pasaste de la raya, reclamamos ofendidos. Puede ser tan cómico como mandar pornografía al chat de las mamás del colegio: ja, ja, ja, qué vacilón; porque resulta que tengo la libertad de hacerlo y, además, deben respetar mi libertad.

La palabra “libertad”, al igual que “democracia”, “justicia” y unas cuantas más están tan puteadas que ya más bien parecen un insulto disfrazado. Eso, gracias al uso abusivo que no pocos hacen de ellas, para hacer pasar por expresión válida a las interpretaciones personales que hacemos de la realidad, sin tomar en cuenta que cada uno de nosotros tiene también la libertad de interpretar las cosas como nos venga en gana y no estamos obligados a aceptar a las otras; a menos que uno lo consienta, sólo haciendo uso de la propia libertad personal.

Cuando se crea un grupo de discusión, quienes se agregan voluntariamente aceptan de forma tácita participar en el tema que le dio origen. Por ejemplo, no me gustaría participar en una conversación en el parque sobre pinturas de uña, porque, sencillamente, no está dentro de mis intereses. Tampoco me pueden obligar a quedarme sentado, escuchando u obligándome a hablar sobre las ventajas de tal o cual esmalte. Exactamente igual ocurre en un chat electrónico. Si se crea un grupo para discutir las compras colectivas, ¿por qué carajo tengo que ocuparme de leer mensajes que tratan sobre mecánica? Los abusadores de siempre alegan que con no leerlos tengo. Pero inevitablemente hay que leerlos para poder diferenciarlos de los que realmente me interesan del grupo, por lo que igual perturban en la discusión y no dejan de ser un irrespeto al acuerdo original que todos hacen al agregarse al grupo. Es igual de necio que ponerme a hablar sobre grasa de carros en la conversación sobre pinturas de uñas.

La libertad comienza siendo individual. En la medida en que se agrupa la gente, además de las libertades individuales que nunca se deben perder, surgen libertades compartidas que se logran en base a acuerdos voluntarios, aceptados por todos, respetados, ya sea por conveniencia o por afinidad. Obligar a los demás a que se adapten a mi libertad es un abuso y un irrespeto. No tiene otro nombre.

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