La democracia de los poderosos

Frecuentemente se acusa a los gobernantes polémicos, sobre todo cuando no nos gustan, de sólo querer “mantenerse en el poder”. Aparentemente es la única intención y justificación para cualquier decisión que se tome, acción o circunstancia que se transite: “...perpetuarse en el poder, hacerse elegir indefinidamente...”. Pero, realmente, ¿son los gobernantes quienes tienen el poder?¿qué carajo es el poder y quién o cómo se ejerce?

El poder lo tiene quien puede tomar una decisión, aquel que puede ejecutar lo que decide hacer, lo que le da la gana. Lo tiene quien posee los recursos y medios para completar una acción. El poder que predomina es aquel que vence o sobrepasa a los otros poderes que lo adversan y, por supuesto, esto no tiene nada que ver con que el vencedor sea el mejor de todos, o que sea el que más conviene a todos. Es tan simple como eso: el que predomina es el que desplaza del poder a los demás: la ley del más fuerte. Afortunadamente, el poder no es eterno, siempre está en pugna con aquellos a los que desplazó (que tampoco tienen porqué ser los segundos mejores) y parte de su mantenimiento en el tope es convencer a la masa que está bajo su poder, de que ellos son quienes trazan el mejor de los caminos y que todos comerán perdices si hacen caso a las directrices. Para lograrlo crean doctrina, discursos, adormecimiento, entretenimiento, muros de contención, sistemas educativos, cosas con las que dibujan un futuro bello si siguen su camino, y simultáneamente demonizan y desdibujan el futuro propuesto por los desplazados del poder. El que no lo haga así pierde, porque desperdicia la ventaja que le lleva a los otros poderes y eventualmente lo destronan. Vamos a revisar el perfil de algunos poderes, en orden y empiezo por el primero.

Hay una regla básica que siempre recuerdo cuando me hablan del poder: “La regla de oro es que quien tiene el oro, hace la regla”. Cada día hay más evidencias en el mundo de la validez de este postulado tan simple. Las corporaciones transnacionales tienen mucha más fuerza que los mismos Estados, simplemente porque manejan presupuestos que son muy superiores a los de naciones enteras, incluyendo a sus Estados. Los capitales acumulados por estos poderes económicos suelen ser varias veces los PIBs de muchos países, y con la compra o venta de una compañía mediana pudieran moverse varias veces todo el capital industrial de un país entero. Suena increíble y desagradable, pero basta con ver alguna de las muchas tablas comparativas que se muestran en los portales de organizaciones que se ocupan de llevar estos registros. Quienes mueven los reales son quienes usualmente tienen el verdadero poder, el que manda de verdad, mientras más mueven, más poder tienen; y sin importar el origen.

Los medios de difusión masiva, incluyendo a los de difusión radioeléctrica, las aplicaciones donde funcionan las llamadas “redes sociales”, los portales informativos, los medios impresos privados, las editoriales, los medios publicitarios, el cine, el teatro, etc., todos tienen un enorme poder, porque pueden amplificar la intención de quien los dirige en el discurso que difunden. Debe quedar claro que estos medios no son de comunicación, sino de difusión, porque la comunicación es en esencia una autopista de dos vías. Es decir, tú me lanzas y yo te puedo replicar. Se puede suponer entonces cómo los dueños de esos medios son quienes tienen el verdadero poder para difundir sus propios mensajes, sus intereses, sus perspectivas y su ideario. Ellos son los que construyen la realidad perceptiva de quienes reciben, asimilan e internalizan sus mensajes. Ellos, quienes controlan los medios, son otro poder.

La fuerza es otro poder. El instrumento clásico de fuerza ha sido históricamente representado por las armas, y quienes controlan las armas y los ejércitos, pues controlan su fuerza y ejercen un tremendo poder. La doctrina de un ejército es la clave para controlar la dirección de su fuerza, es la que siembra en la cabeza del soldado la dirección en la que se debe apuntar y disparar; una pelusa. Tradicionalmente, la doctrina militar se basa en la defensa del Estado, en proteger a quien te suministra la doctrina, imagínense. Por lo que si el Estado está por debajo de algún otro poder, algo muy común en nuestros días, pues la dirección de la bala la suministra quien controla al Estado. En Venezuela, cosa rara en el mundo y a partir de Chávez, las Fuerzas Armadas no deben proteger al Estado como hacen en otras partes, sino que deben proteger es a la Nación (que es el pueblo), según se define explícitamente en el Artículo 328 de la Constitución (CRBV) aprobada en 1999.

El Estado debería ser otro poder, está lleno de personas que realizan tareas burocráticas dentro de una estructura funcional que tiende a preservar su existencia (obviamente). Muchos creen que poniendo al mando (gobierno) a una persona con determinada ideología u orientación política, entonces automáticamente todos los subalternos y la institución en pleno piensan y actúan igual que el jefe. Es más, juran que todos reman en la misma dirección. Las instituciones que dependen del Estado están llenas de personas que piensan y sienten, pueden ser buenos y malos, pueden ser un modelo de trabajo o tremendos reposeros; y en cada cabeza hay un mundo y cada uno tiene su corazoncito. Pensar en controlar un Estado que se autoprotege, montado en un sistema jurídico poco dinámico, arcaico, con una tradición súperconservadora y encima, con empleados subpagados y maltratados, realmente no es un poder, es más bien una carga. Pero muchos creen que tener un Ministerio significa tener poder. De fantasías también se vive.

Finalmente, quienes de verdad tienen y en principio deberían siempre ejercer el mayor poder de todos es la masa, la Nación, el Pueblo. Cuando la masa se arrecha y se desata, casi que no hay poder que la contenga, por el simple argumento de la superioridad numérica. Más o menos del mismo modo en que una buena masa de billete también tiene poder. Por eso, es imprescindible que quienes pretendan mantener a la masa controlada, adormecida pues, deben ocuparse de mantener quieto al pueblo con aquellos recursos de la doctrina, mientras siguen en la pugna con los otros poderes para hacer lo que les venga en gana. Así funcionan por años los sistemas democráticos “estables”, como el de Chile después de Pinochet, como el de Venezuela en la cuarta, como el de Bolivia antes de Evo; como el de Colombia; como el de Brasil, como el de México con el TLC o centroamérica y sus pandillas; como con el Plan Cóndor. Puras ollas de presión, a las que en algún momento les llegará su caracazo, o su Plaza Italia, o su bogotazo.

Las personas no acceden al poder como paracaidistas. Si acaso, acceden a posiciones de Gobierno y generalmente eso ocurre cuando el Poder lo permite o lo decide (rara vez ocurre por error). El Poder es una institución no formal que se va construyendo de a poquito, lentamente, en la confluencia de intereses entre poderes grandes que acobijan a poderes menores, subalternos, cuando estos últimos se encargan de tareas también menores. Las elecciones de la “democracia” liberal, la representativa, no llevan a nadie al poder. Los poderes dominantes deciden y presentan a sus operadores como candidatos, bien elegidos, luego construyen las condiciones y el circo para que ocurra lo previsto y así el orden se mantiene. Desde el poder se llega al Gobierno, pero desde el Gobierno no se llega al poder; a menos que confluyan los intereses. Es muy sencillo el juego.

Lo que ocurre con mayor frecuencia es que el poder económico está aliado, cuando no es el propietario, con el poder mediático y con el Gobierno. El poder de las armas atiende a la protección del Estado, según su doctrina, y el Gobierno que conduce al Estado está en manos de los operadores del poder económico. Entre todos le aplican la técnica del garrote y la zanahoria a la Nación (al Pueblo), mientras se cocinan guisos y se extraen plusvalías a todo lo posible, aliándose los poderosos con los operadores corruptos que la mueven con vaselina desde el gobierno, esos que no atienden a color o ideología política alguna, sino sólo al billete. Siempre que el Gobierno esté aliado con el poder, pues sus acciones se venden por los medios y al mundo como un modelo para el resto, así estén plagados de corrupción y desmanes. Así la estén cagando monumentalmente como lo hizo Macri en Argentina, explotando miserablemente a los trabajadores como en Chile, pateando y esclavizando indígenas como era en Bolivia pre-Evo, aplaudiendo las matazones y los paramilitares de Duque en Colombia, o la vista gorda por las guerras del narcotráfico en México. Pero cuando el Gobierno está opuesto al verdadero Poder, pues sus acciones se venden por los mismos medios como democracias fallidas y deben ser sancionadas por el Poder mundial, independientemente que sean unos diablos o unos santos, eso no importa. Lo importante es repetir que esos sátrapas lo que quieren es mantenerse en el poder; lo dicen y lo repiten hasta que muchos se lo creen.

Es decir, cuando me hablan que Chávez antes y ahora Maduro lo único que quieren es mantenerse aferrados al poder, bueno, quizás si dijeran que quieren mantenerse en el Gobierno, algo de bolas les pararía. Pero con ese argumento del poder no vamos a ninguna parte. Lo arrecho es que los poderes reales le siguen dando palo a la Nación y también al Gobierno, y seguimos aguantando la pela, ejerciendo con fuerza y calma el verdadero y mayor poder de todos: el del Pueblo.

Comentarios

  1. Hola tocayo muy buena tu disertación sobre el poder, me gustaría saber tu opinión de lo considero otro poder y es de la iglesia (religioso) quien históricamente lo ha ejercido a la par de los otros poderes que citas

    ResponderBorrar

Publicar un comentario