La economía de mi país y mi gente

 

La economía de una persona funciona mucho como la de un país. La persona trabaja, y con lo que recibe por su trabajo trata de mantener un balance de entradas y salidas que le permita, en primer lugar, alimentarse. Cubre sus necesidades básicas de supervivencia: las fisiológicas. Aspira luego a cubrir sus necesidades materiales básicas, es decir, vestirse y buscarse un refugio; comprarse un carrito, por ejemplo. Acumula riquezas en forma de activos, cosas que se desgastan con el tiempo y pierden su valor original, pero que pudieran convertirse más adelante en bienes ahorrados para intercambiar. Si sigue pujando, vienen entonces las relaciones con los demás, el reconocimiento social y el éxito, medido desde nuestros patrones culturales, como la cantidad de peroles que has acumulado. Muchas de esas necesidades y otras que faltan las describió un tipo que se llamaba Maslow.

Si en ese proceso de crecimiento, una vez que se han logrado satisfacer cuantitativamente las necesidades básicas y entonces, se puede dar un salto cualitativo en la actitud, (es decir, la persona se desarrolla), pues ocurre entonces un enriquecimiento intelectual que comienza a conducir los destinos de su vida hacia la autorrealización y la independencia. El individuo adquiere la libertad que la autonomía intelectual le confiere, mejora la capacidad de generar recursos y de acumular riquezas, para luego descansar sobre una reserva de tranquilidad económica y emocional con la que puede soñar y disfrutar de la vida. Puede pensar en cosas trascendentales, como la filosofía, los modelos económicos, la farándula etc.. Sin embargo, no se puede descuidar, tiene que seguir pujando, porque todas las reservas se agotan. Es difícil darse el lujo de perder el tiempo pensando en cosas trascendentales mientras las tripas te están tronando por el hambre ¿se entiende?

Hay personas excepcionales que logran bajar tanto el nivel de sus necesidades básicas que aún en condiciones materiales que sorprenderían, logran dar ese salto cualitativo. Por eso son excepciones, y la altura del rasero material que utilizan va bajando conforme se reduce el percentil de su existencia. Generalmente, estas son personas que cambian al mundo, como Buda. Pero sigamos con la realidad del común.

La economía de una persona funciona mucho como la de una familia. Lo bueno de un equipo es que las tareas para satisfacer las necesidades básicas se comparten. No todo el tiempo se puede pujar. Pero cuando estás en equipo, mientras uno puja, el otro piensa, para que luego puedan pujar juntos. Hace falta pensar, porque las buenas decisiones siempre se han pensado antes. Aunque no es fácil decidir en equipo, se requiere de acuerdos que no existen cuando estás solo. Las decisiones compartidas pueden ser muy buenas, porque llevan el empuje de quienes las tomaron, pero también pueden ser tortuosas, porque arrastran la carga de los inconformes. En eso de los acuerdos no todo está escrito, seguimos dando vueltas porque cada quien piensa primero en lo suyo; y luego, si queda fuerza, en lo compartido. Cuando estás solo, no tienes el problema de la contrariedad; tampoco tienes el respaldo de la solidaridad. Cuando estás acompañado, haces lo que debes; mientras que solo, apenas consigues lo que puedes.

En las familias, usualmente, hay descendencia que no puja, pero chupa mucho. Quienes se comprometen en esta empresa, tienen que pujar el doble para levantarlos a todos: a los que pujan y a los que chupan. El balance aquel, entre lo que entra y sale, se complica. Las decisiones se enredan, porque mientras uno valora y atesora lo que se ha logrado, el otro se queja por lo que falta. Y así van, tomando decisiones en equipo que terminan aliñadas por las angustias individuales, mientras los descendientes no dejan de chupar.

La economía de una familia funciona mucho como la de una comunidad. En esta última, los acuerdos tienen otro nivel, porque entre miembros de grupos familiares diferentes no necesariamente existen las filiaciones y concesiones que hay dentro de cada familia. Cada grupo familiar puede y debe llegar a acuerdos de intercambio con otros, pero deben limitarse, preferiblemente, al toma y dame, y evitar cuestionamientos sobre cómo y qué se hace con lo que se toma o con lo que se da. Las expectativas y respuestas familiares crecen en la convivencia directa, permanente, entre lágrimas y sonrisas, en el contacto día a día, codo a codo, compartiendo y resolviendo cada detalle con las singularidades de cada grupo. Es una dinámica extremadamente compleja que llega a equilibrios después de muchos años de intimidad. Aún cuando la familia se disuelva, los encuentros posteriores tendrán siempre la impronta del grupo. Es prácticamente imposible establecer acuerdos tan cercanos entre familias diferentes, así sean muy afines y/o tengan lazos consanguíneos.

Los acuerdos entre familias diferentes en una comunidad surgen de las necesidades compartidas, de objetivos comunes, para la convivencia y para la supervivencia. Las familias en una comunidad comparten mínimo un espacio y una realidad geográfica común; es inevitable, son vecinas. Tienen que ponerse de acuerdo sobre cómo utilizar los recursos que tienen en su territorio, incluyendo los sociales. Los acuerdos entre familias en una comunidad son muy parecidos a los acuerdos entre individuos (aunque más complejos) de una familia. La comunidad, en el fondo, es como una familia extendida sin la intimidad del día a día.

La economía de una comunidad funciona mucho como la de un país. En un país, las indispensables reglas de convivencia son lo que llamamos el Estado. Nos comportamos e intercambiamos cosas entre comunidades de acuerdo con las reglas del Estado. Es imposible que en una comunidad todos coincidamos en una perspectiva única, demasiada gente, pero siempre deben haber vías civilizadas para resolver los conflictos; como por ejemplo, los sistemas de votación. No funciona que yo te quiebre las patas porque no te gusta el mango, ni tampoco que me tumbes la mata porque no te gusta. Las comunidades son como un equipo deportivo grande en donde los jugadores no tienen porque quererse, pero tienen que convivir y jugar en equipo para no morirse de hambre. El intercambio de riquezas entre comunidades es lo que define la dinámica económica de un país.

La creación de riqueza significa agregar un trabajo físico, un esfuerzo humano (solo o asistido) que le sume valor a las cosas que tomamos del entorno. Por ejemplo: agarrar tierra, semillas, una pala, agua, y cosechar los frutos; agarrar un pedazo de metal, doblarlo con fuerza y construir una silla; tomar un pedazo de tela y coserla para fabricar un uniforme; extraer petróleo y refinar gasolina; tomar ingredientes para un sancocho y cocinarlo; en fin, combinar y transformar cosas para construir algo nuevo. Cuando revendemos algo no le agregamos un coño de valor a las cosas, más bien lo que hacemos es pasarle un costo adicional al comprador. Valdría quizás el costo de la gestión, lo acepto, pero nunca estará justificado en proporción a la ganancia que el comercio logra en nuestro país.

En un país usamos medios monetarios de intercambio como una referencia numérica para intercambiar valores. Se dice que tal cosa vale tantos bolívares, y esos bolívares tienen una referencia base de valor que se llaman reservas del Estado. Estas reservas se conforman con el aporte que entre todos hacemos al pote, como el tipo aquel del principio, y representan una riqueza que también se acepta como un valor equivalente en otros países, en caso de que nos toque intercambiar bienes o servicios con ellos; por eso se les dicen reservas internacionales. Pero no todos aportamos al pote, lamentablemente, sólo lo hacen quienes producen cosas transformadas como las que listé antes. El resto, lo que hacemos es chupar de ese pote; no nos engañemos. La riqueza del país depende del aporte que cada individuo haga al pote, y si hay más gente chupando de los que están aportando, pues ocurre lo que llaman un déficit, que no es otra cosa que cuando te quedas sin dinero en la cuenta y todavía no has comido.

Pues resulta que al final, la economía de un país funciona mucho como la de una persona: si la persona no trabaja ni aporta al pote, nos jodimos todos.

En un país, el intercambio de bienes y servicios, entre individuos, familias y comunidades, produce un movimiento de riquezas que pasan de mano en mano, en una suerte de ciclo, con el que los eventuales “excedentes” se van transformando progresivamente en acumulación de valor colectivo, en bienestar social y en gozo para todos. No todo es trabajo y más trabajo productivo, pensamos. También hay diversión. Hay personas cuyo trabajo consiste en sobarle la espalda a los trabajadores y darle caricias al alma, para levantar el ánimo e insuflar el intelecto. Gente que hace música y pinta cuadros, enseña en las escuelas, cura en los hospitales o vigilan que se cumplan las reglas del Estado. Gente que no trabaja para producir comida ni transformar insumos. Son cosas que nos gustan mucho, pero que pertenecen a la satisfacción de las necesidades que están más arriba de las fisiológicas, esas que se pueden disfrutar sólo cuando las anteriores están resueltas. Ninguna de esas actividades contribuye al pote, por muy lindas que sean.

De forma que para mantener el balance aquel y poder contar con “excedentes”, es indispensable que se produzcan suficientes riquezas para satisfacer, al menos, las necesidades fisiológicas básicas. Ni siquiera estoy hablando de excedentes para la rumba, sólo para la papa. En Venezuela, el único que le echaba bolas para producir todo ese excedente era el petróleo. Esa enorme riqueza era la vaselina que permitía el movimiento armónico de todos los engranajes de la producción nacional, era el chorro que alimentaba el ciclo y compensaba que la inmensa mayoría de los venezolanos perteneciéramos a las actividades que sólo chupan. Y encima, subsidiaba casi todo el esfuerzo de las pocas actividades que aportaban algo al pote. Por eso es que, quienes se dedicaban a producir alguito, así fuera con un pequeño esfuerzo, se llenaban de billete como no lo hubieran podido hacer en ningún otro lugar del mundo: yo me he ganado lo que tengo con el sudor de mi frente, dicen. Pero con esa cantidad de sudor, en ningún lugar del mundo hubieran acumulado tanto como aquí. A ese encantador vicio y a sus aficionados les llaman los cazarentas. Cazan la renta del petróleo, capturan y se embolsillan el excedente que se introduce y lo capitalizan en bienes y cuentas en el extranjero. En ese lucrativo negocio están, en primer lugar, las compañías transnacionales, y en segundo lugar, una cuerda de lambusios que hoy extrañan la Venezuela saudí. Y, por supuesto, a nadie le gustaría que le quiten un negocio así de bueno.

Ya que el negrito aceitoso era el principal y casi único contribuyente del pote, ahora que no lo estamos explotando nos quedamos sin su aporte. El pote se conforma con el aporte de la producción, ya sea por la transformación de bienes y agregados de valor (de ahí viene el nombre del IVA) que pueden luego ser intercambiados; o, por la venta de los activos de la nación, como es el caso de la explotación minera, que incluye al petróleo, al oro, al coltán, etc. Vender nuestros minerales es como el tipo que vende los muebles de su casa para comprar comida. Si en cambio, tapizamos el mueble, le ponemos unos adornos, le reparamos las patas, es decir, le agregamos valor, entonces el diferencial entre el precio de compra y el precio de venta se vuelve un aporte al pote. Pudiéramos comprar otro mueble y hacer lo mismo, inclusive vivir de ese trabajo. Pero si vendemos el mueble, porque no sabemos hacer más nada o por flojera, y con eso sólo compramos comida, entonces perderíamos lo que los marxistas llaman el capital de trabajo. Nos jodemos. Nos quedamos sin el chivo y sin el mecate. Este razonamiento parece tan simple que asusta, pero es exactamente lo que hacemos al vender el petróleo que tenemos: estamos rematando el mueble para comer.

La única forma de meterle riqueza al pote de las reservas es produciendo y transformando cosas. No hay otra manera. Si no podemos meterle, pues tampoco podremos sacarle (como ahora); aunque una forma de meterle, es no sacarle. Si no tenemos fondos en el pote, no podremos intercambiar con otros países. Podremos dinamizar la economía interna con nuestra propia moneda o con criptoactivos, es válido, pero si nuestros insumos fisiológicos provienen del exterior, porque no los producimos internamente, la única forma de adquirirlos afuera es pagando con medios de intercambio, válidos en el ambiente exterior. El respaldo para el intercambio con el exterior se puede hacer sólo con un medio que acepten las partes, al igual que se haría con un intercambio entre individuos que reconocen y aceptan una medida de retribución justa para sus bienes o servicios.

¿Qué circunstancias nos tienen jodidos? La primera es que dentro del país no hemos logrado cubrir los requerimientos fisiológicos, y para no morirnos de hambre tenemos que comprarlos en el exterior con los pocos recursos que nos quedan en el pote (recordar que el negrito está descansando). La segunda, es que nos acostumbramos a aquel chorro de riquezas y eso moldeó nuestra estructura económica. El negocio por excelencia siempre ha sido y es comprar baratijas afuera y venderlas como joyas adentro, porque el negrito cubría la diferencia. Ese negocio, el más popular en nuestro país y prácticamente el único que nos queda, viene arrastrando en una espiral ascendente la referencia de precios en todos los productos, tanto de los fisiológicos como de los coprológicos, porque las ganancias van a la par del incremento en la tasa de cambio: los “productos” se compran en bolívares y se venden en dólares. Un tiro al piso. Además, los bienes no se venden en lo que cuesta producirlos, sino en lo que la gente es capaz de comprarlos (valor de cambio y valor de uso). Y si es capaz de comprar una Nutella importada en $15, pues que pague 3000mil bolos por un kilo de batata, aunque se cultive aquí mismo. No me interesa si tampoco puedes comprar la batata.

Si hubiese suficientes productores de batata, tantos que la producción se pudiera perder si no se venden, entonces el precio de la batata no estaría atado al de la Nutella, sino al del costo de producirla. Por supuesto, esto no ocurre sólo con la batata, sino con todos los productos de la cesta básica y fisiológica. Al final, terminamos pagando precios internacionales por productos nacionales que están subsidiados en todos los sentidos. Lo que pomposamente llaman la estructura de costos, esa entelequia que enseñan en Economía, no sirve para un carajo cuando se trata de explicar el costo de la comida producida en el país. Tampoco sirve hablar de mercados y de competencia, porque ninguna de esas vainas existen en esta economía especulativa que sólo depende de dónde ponen el dedo con el marcador de la tasa de cambio, para que todos los comerciantes salgan corriendo detrás de ella, porque de ahí es donde consiguen la mayor ganancia.

Dadme un portal de apoyo today y volveré mierda al mundo.

¿Qué cosas podemos hacer para reventar la liga? Utilizar ese montón de energía que tenemos de sobra, despertar al negrito pero no para venderlo como al mueble, sino para apalancar los procesos productivos internos. Subsidiar toda la maquinaria con energía gratis para producir bienes con valor agregado que podamos intercambiar afuera por los esenciales que nos faltan adentro. Nada en este mundo funciona sin energía y eso es lo que nos sobra en esta tierra; y escasea en el resto. La energía es el bien más preciado del mundo actual. La estamos rematando cuando vendemos nuestro petróleo, en lugar de transformarlo en combustibles y lubricantes internos. Regalamos nuestra energía hidroeléctrica cuando vendemos la producción de minerales estratégicos, como el hierro y el aluminio, en lugar de utilizarlos para nuestros requerimientos constructivos. Regalamos nuestro enorme potencial de producción agrícola, que se desarrolla con energía, cuando no producimos todos nuestros alimentos y tenemos que importarlos. No necesitamos producir divisas vendiendo nuestros muebles, como dicen los economistas que aprendieron estructuras de costos y mercados abiertos, lo que necesitamos es producir bienes y comida para el consumo interno. Al carajo la exportación de energía.

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