Las elecciones presidenciales del 2012


Los resultados obtenidos en la elección del 7/oct son la confirmación de que parece ser más sencillo, al menos emocionalmente, ser chavista que vivir de desengaño en desengaño como opositor. Una participación de más del 80% de los electores es de por sí sola una cifra extraordinaria en nuestro planeta. Una diferencia de más de 10 puntos porcentuales y por encima del 50%, después de 14 años en el Gobierno, debe ser otro récord planetario. Unos resultados oficiales que los puedes revisar en el portal del organismo comicial, apenas a 4 horas de cerrados los centros de votación y con el detalle, inclusive, de la propia mesa en la que uno sufragó, debe ser modelo como sistema de escrutinio también de talla planetaria. Como si fuera poco, el proceso fue acompañado, observado, vigilado, escrutado y hasta envidiado, por una oleada de gentes con intenciones de encontrarle fallas, y nada que las encuentran.

Es decir, como ciudadano que participó en unas elecciones completamente libres, limpias, confiables, auditables, sencillas y contundentes me siento absolutamente orgulloso de nuestro sistema electoral. Ya varios lo han dicho, los más o menos generosos; y muchos otros, los más o menos miserables, no han podido desmentirlo.

Pero no todo es bello.

Un amigo opositor me preguntaba, con intención perniciosa y ánimo revanchista, que si me sentía feliz por el triunfo. Le respondí que no, que a pesar de haber ganado ampliamente la opción que apoyaba, no me sentía completamente feliz. Y sin que me lo pidiera, le expliqué mis razones.

Le dije: después del enorme esfuerzo político y financiero que este Gobierno ha hecho durante los últimos, quizás 10 años, para favorecer a un importante segmento económicamente vulnerable de la sociedad, no me parece justo que existan 6 millones de personas que lo adversen. Eso no me deja ser feliz.

En un momento de la campaña llegué a pensar que la oposición realmente se merecía ganar, para que se calaran “su camino” y aprendieran a valorar lo que ahora tienen y no reconocen.

Me respondió que simplemente tenía derecho a disentir de la forma en la que el Gobierno se manejaba, a lo que le respondí que yo también tenía derecho a cuestionar la validez de sus razones, esas por las que consideraba que las cosas se estaban haciendo mal.

Ese argumento común de que no te gusta Chávez, y por eso votas por el contrario es el climax de la soberbia. Dejar una argumentación racional opacada por un simple y subjetivo “gusto”, como si se tratara de escoger una pareja para bonchar el fin de semana o seleccionar el postre en una vitrina. De este modo es muy fácil dejar de lado una comprometedora comparación objetiva y escaparse de tener que argumentar algo sobre lo cual, por lo general, no se tiene la menor de las ideas.

Los venezolanos no tenemos memoria, no comparamos eventos, no analizamos, no argumentamos. Se nos diluye la racionalidad en slogans y todo lo convertimos en una guasa. Aaayyy, que chistosos somos, de todo hacemos un chiste. De todo hacemos una burla y siempre estamos jodiendo. No hay venezolan@ que no se precie de tener resaltados en su agenda todos los puentes del año.

Por lo general, y créanme que me gusta la polémica, siempre trato de argumentar mi posición. Me gusta la diatriba y disfruto comparar las visiones que tengo sobre diferentes temas. Eso es posible mientras no toque el tema político, porque al hacerlo, algún suiche se le pasa en la cabeza a mis amigos y los vuelve automáticamente obtusos y concatenados. Se concatenan en un tren de reclamos para los que no se tiene disposición alguna de escuchar explicaciones. Se vomitan cuestionamientos, uno tras otro, en los que justo cuando comienzo a explicar mi visión, se salta al siguiente reclamo. En esa cadena de incontinencias verbales irremediablemente se aterriza en lo que yo llamo la trampa de la corrupción.

Hemos llegado a un nivel de evasión tal que sinceramente, no me deja ser optimista con respecto a unos años por venir de cordialidad y productividad plena. Pendejadas como que "somos un solo pueblo bajo una sola bandera", "debe prevalecer la paz entre nosotros", "aquí cabemos todos", son puras declaraciones vacuas que no traspasan la primera discusión, así sea superficial.

Cada uno de nosotros tendrá que desgastarse en explicaciones para quienes lo reclaman y que no las utilizan. El Gobierno tendrá que desgastarse también y consumirse en batallar y defenderse de los enemigos externos y, como si fuera poco, también de los internos a quienes protege. El rebaño seguirá balando al coro de slogans y cancioncitas de libertad, hashtags y cadenas, todo virtual; ni de vaina se pondrá a reflexionar sobre la decimosexta lección que le propina le realidad. Todo el conocimiento que les dio la cuarta no les ha servido de nada en la quinta, quizás nunca sirvió, quizás todo fue un fraude (pensar que nos tildan de focas).

Es entonces cuando caigo en cuenta que no estoy verdaderamente feliz, por no poder compartir mi visión con personas que a veces parecen inteligentes, pero que en la praxis se comportan como trogloditas. Me desespera percibir que cualquiera que se crea, aún sin serlo, medianamente inteligente o culto, automáticamente se defina contrario a Chávez, supongo que sueña con un contagio automático de grandeza. Me choca que me traten como tarado o se extrañen de mi posición: “..tu chico, que eres tan inteligente...”. Insultan a sus congéneres y ni cuenta se dan. Así estamos.

Es entonces cuando pienso que el día a día, de los próximos 6 años al menos, voy a tener que estar argumentando y desmontando estupideces, para que mis excelsos amigos de la oposición igual no me paren bolas y sigan pensando que vivimos oprimidos por un rrrRégimen de castración intelectual y de conculcación de los derechos. Concluirán igual que siempre que les metieron un inmenso fraude y que ellos son la sociedad civil, la gente decente, la mayoría.

Que ladilla.













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