El agujero negro de la inflación


Hasta hace poquito, quizás menos de un par de años, desde la perspectiva de mi sueldo como profesor universitario veía a mil millones de bolívares, un millardo, o un millón de los de ahora, como una cifra extraordinaria. Mil millones eran para mí un orden numérico reservado al Kino, una vaina fuera de mi capacidad de amortización. Hoy, reponer los peroles viejos que tengo sobre mi escritorio, incluyendo la computadora donde tecleo esto, puede que salga más de esos otrora mitológicos mil millones. Y sigo con el mismo sueldo de antes.

He reflexionado algunas cosas acerca de cómo creo que funciona nuestra particular economía, la del intercambio de espejitos por oro y vendiendo cualquier cosa. Pero hoy tenemos una nueva veta para explotar: comprando a dolar-seistreinta y revendiendo a dolar-today se logra una ganancia de unas 40 veces sobre lo que inviertes; una utilidad mucho mayor que la del narcotráfico.

Y el negocio no sólo lo explotan los raspacupos, que puede ser un sistema medio complicado y hasta te pueden rastrear, sino de la simple y casi aceptada socialmente re-venta de cualquier vaina que se importe a dolar-seistreinta y luego se re-venda a dolar-today. Todo bien que se importe con dólar barato es también un billete en dólares, con otra forma y otro olor, pero igualito se puede transar a la tasa de cambio que ya conocemos. De esto se han dado cuenta los rebuscadores de oficio. En este proceso de transformación social lo que está ocurriendo es que nos estamos enfrentando al espejo y no nos gusta mucho lo que estamos viendo, nos está saliendo caro, claramente se ve en el reflejo el brillo del cuchillo con el que nos estamos “autosuicidando”. Creo inclusive que el espejo está creciendo de tamaño, y cada vez más, vemos mejor la dimensión de lo que somos como sociedad.

El malestar ya casi se contagia hasta en el baño. El que mea en el urinario de al lado comenta que la vaina está fea, mientras lo sacude. Avizoramos algo grande y terrible. Nos imaginamos un estallido social quizás como una inmensa arrechera colectiva, jalándonos los pelos, todo el mundo cayéndole a patadas a las paredes, desquiciados, partiendo vidrios. Nos caemos a tiros, se saquean negocios, chocan carros y otros atropellan a la gente corriendo despavorida por las calles. Una mezcla entre las fotos de un 27 de febrero (para quienes no lo vivieron) y las imágenes de películas sobre cataclismos o invasiones extraterrestres. Vemos ese momento como un horizonte de angustia que viene rodando, pero de liberación final de las tensiones que hemos venido acumulando por tantas arrecheras y desesperación. Después de eso, seguro regresa el dólar a 4,30 y los productos a los estantes. Ese es el comentario colectivo, todos concluimos eso porque no sabemos dónde va a parar esto.

Jugamos y acariciamos esa idea de la liberación explosiva porque pensamos que “alguien” tiene que arrecharse. Pero sobre todo porque, afortunadamente, nunca hemos sido testigos directos de semejantes barbaries, exceptuando lo del 27F. En Europa, la culta, por cuestiones menos álgidas de las que tenemos aquí se han armado dos guerras mundiales; y la tercera se la están tirando a crédito. Aquí, en cambio, los sueldo-fijos nos preocupamos si se nos jode el celular, porque no hay con que reponerlo, mientras que los negociantes emergentes de esta era dolar-today hacen y hacen negocios con tremendos teléfonos inteligentes. Viajan cómodos por toda Venezuela y compran de todo, montados en las ganancias de quienes con sueldo fijo le seguimos comprando banalidades y fantasía.

La clase baja, emergiendo desde los miles de negocios del rebusque, entre ellos el bachaqueo y la re-venta, tiene muchísima más capacidad de inversión de la que tengo yo, que apenas rebusco en el saldo de mi sueldo fijo (la coma de los decimales se me ha ido moviendo hacia la izquierda). Los buhoneros cibernéticos de MercadoLibre venden miles de teléfonos con precios que son varios meses de mi trabajo. Los buhoneros no-cibernéticos o quienes tienen quiosquitos, o puestos en el mercado libre, o en un centro comercial, ganan en una semana mucho más de lo que me toca a mí ganar en un año. Y supongo que son ellos mismos quienes compran esos juguetes caros, porque yo no puedo. Esta gente es la nueva clase media y está haciendo exactamente lo mismo que históricamente ha hecho la clase media en Venezuela: comprar barato y vender caro. El peo es que comprando y vendiendo se mueve mucho dinero, pero no se produce nada, ni siquiera comida.

Esta vez no son los cerros los que van a bajar. Pudiera llegar a pensar que van a ser las urbanizaciones las que van a subir.

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