Yo quiero que me den mi plusvalía

Tengo ganas de montar un negocio, voy a empezar a sembrar maíz para vender cachapas. Tengo un terrenito, una pala, una escardilla y una bolsa de semillas. Arranco mi empresa. Pero te voy a decir algo, esta vaina es lenta y dura, uno se desespera mientras espera que la bendita mazorca crezca y esté lista para preparar la primera cachapa. Ni siquiera tengo ánimo para montar el tarantín de ventas de lo mamao que estoy. Encima, tengo que estar todos los días arrancando maleza, regando, espantando animales, fertilizando, fumigando. Todos los días tengo que trabajar y no he visto la primera cachapa. Necesito invertir unos reales, contrataré un par de ayudantes y les pago sueldo mínimo, lo justo, lo que dice la Ley. No vayan a decir después que los estoy explotando.

Ahora sí comenzó a producir el negocio. Para mi, porque al fin ví la primera cachapa y monté el tarantín, además me queda tiempo libre para ver televisión con mi familia; y también para los ayudantes, porque tienen su sueldito y con eso resuelven.

Voy a subir la apuesta, asumo el riesgo de producir mi propio queso, las cachapas con queso se venden mejor. Contrato dos chamos más para que ordeñen las vacas y preparen el queso. A mi no me queda tiempo, entre llevar y traer los chamos al colegio y ocuparme de atender a los clientes se me va el día. Apenas puedo ver un rato televisión y revisar mi celular en la noche. Pero estoy contento, el negocio está creciendo. Creo que me voy a anotar con un “Delivery” que ví por Internet, a la gente le gusta que le lleven las cachapas a la casa.

Sigo creciendo. Contraté un chamo con su moto para que lleve las cachapas. Le pago su sueldo mínimo, porque si no, la vaina no da. Repartimos cachapas por toda la zona, cobro comisión dependiendo de la zona y de la distancia, tú sabes, para cubrir los costos. Coño, pero ya no me doy, estoy mamao, necesito una persona que se encargue de la caja. Voy a buscar una carajita que maneje el punto, hay muchas desocupadas por ahí que no les caerían mal unos realitos mientras se pintan las uñas.

El negocio está lleno, esta vaina es un gentío los fines de semana y la verdad es que me siento como un esclavo, pegado aquí, armando peo para que los empleados rindan y vigilando todo. Creo que llegó la hora de contratar a un supervisor. Lo conversé con mi esposa, también está arrecha porque ya ni salimos los fines de semana, siempre clavados en el negocio. Los carajitos caminan por las paredes de la casa, fastidiados porque no tienen nada que hacer, y no me gusta llevarlos al negocio porque ladillan a los empleados y no los dejan trabajar. Listo, voy a hablar con un primo que tiene cara de perro y no tiene trabajo, pa’que me vigile bien el negocio y así se mete unos reales. Ese tiene cara de arrecho, seguro que van a caminar derechito.

La verdad es que me merezco un descanso, me he fajado duro este año y me ha ido bien con el negocio. He trabajado como un burro. No como esos coños que tengo trabajando en la siembra que flojean y encima me roban las mazorcas, botan el agua jodiendo con las mangueras y el otro día me rompieron una pala. La tipa esa que tengo en la cocina me roba un par de cachapas todos los fines de semana, serán para el hijo; la tengo pillá, y eso que le pago su sueldo completico para no tener peos. No sé quién coño la mandó a preñarse. A esa gente no le gusta trabajar, siempre están pensando en joder y ver cómo se llevan algo. Menos mal que el primo está pendiente y los tiene vigilados. Lo que hacen es hablar paja del dueño: que si la explotación, que si tal vaina, que si no me alcanzan los reales. Que trabajen nojoda, como hago yo.

Se supone que en El Capital, Karl Marx describió con detalle en qué consiste y de dónde sale lo que él llamó la plusvalía. Dijo: palabras más (muchas), palabras menos, que era la diferencia entre el precio de venta de un producto y lo que costaba producirlo. La crítica fundamental que Marx hizo es que esa plusvalía le pertenece, tanto al trabajador como al capitalista, y que en las relaciones de producción capitalista el segundo es quien se apropia de la mayor parte. De ahí concluye que esa es la base de la acumulación que provoca el enriquecimiento de unos (los capitalistas) en detrimento de otros (los trabajadores). La mayor parte de ese valor extra: la plusvalía, se transfiere sólo hacia el dueño del capital, quien cobra completo el precio de la venta aún sabiendo que parte de ese extra también le pertenece al trabajador por su esfuerzo; bueno, quizás ni lo sabe. La verdad es que no resulta sencillo, por extensa y por compleja, comprender la explicación filosófica que Marx hace del término, sin embargo, considero que no se puede invalidar su tesis argumentando como excusa que no se entiende. Porque hay hasta quienes pretenden rebatirla con una explicación “contundente” y matemáticamente correcta, basando su argumentación en suposiciones y equilibrios falaces. El tema no es a quién le pertenece el valor por un riesgo asumido, sino cómo se reparte el valor logrado con un trabajo.

En todo caso, y más allá de las valiosas explicaciones que Marx da sobre la plusvalía y su origen, considero que todo valor logrado a partir de un esfuerzo debe ser compensado. La trampa del sistema capitalista está en que el salario que recibe una persona por su trabajo no se corresponde con el valor que agrega a los bienes que produce, sino con el nivel de las progresivas e históricas reinvindicaciones que se han logrado para definir “legalmente” los términos de su contratación (los marxistas llaman a esto: convertir el salario en mercancía). En la época de la esclavitud, el salario era palo en el lomo. Indudablemente que hemos avanzado, pero en el fondo, el monto del salario sigue siendo el resultado de una negociación asimétrica entre los dueños de los medios de producción y los trabajadores. Mientras más asimétrica sea la negociación, mayor apropiación de la plusvalía hay. Los mejores negocios (la mayor acumulación) se logra en lugares donde la mano de obra se compra a precio de gallina flaca, esclavizada, donde las circunstancias sociales y económicas obligan a los trabajadores desesperados a vender su esfuerzo por un salario miserable; y con el que luego se producen ganancias extraordinarias. De esa acumulación a escala masiva de la expropiación de plusvalía se deriva hoy la desmesurada fuerza de la acumulación capitalista transnacional.

Pero no podemos cometer el error de creer que las corporaciones transnacionales son las únicas malucas que explotan gente en el mundo. No compinche, ese es sólo el primer nivel, un óptimo matemático que surge de la confluencia entre inmensos capitales y una enorme influencia de escala mundial, del tipo político y militar; de esas que prenden guerras o ponen y quitan Gobiernos según los requerimientos del negocio. De ahí para abajo hay toda una gama de rentabilidades que dependen, básicamente, del monto que puedas invertir y de las facilidades que puedas comprar. Para mi en principio, si no puedes con el trabajo que haces y contratas a alguien más para que lo haga por tí, pagándole lo que el sistema te indica, entonces ya eres un explotador al igual que las transnacionales; sólo que en una escala inferior. Como la del tipo que vende cachapas en su tarantín. La única forma en la que nadie explotaría a nadie es en una asociación del tipo cooperativo, o al menos en una donde la recompensa por el trabajo realizado se reparta completa entre todos de forma justa (aunque no necesariamente equitativa, porque dependería del aporte que cada miembro haga). O, donde la repartición sea equitativa pero se corresponda con un esfuerzo también equitativo, incluyendo el riesgo que se asume. En resumen: si contratas a un esclavo y le pagas lo que dice la Ley, pues bienvenido al club de los capitalistas explotadores.

Inclusive, hoy día, la maquinaria industrial pudiera ser una forma moderna de esclavitud para la humanidad entera. Me explico. Ahora el trabajo del “esclavo” está repartido entre los ya explotados trabajadores asalariados y un sistema mecanizado que utiliza integralmente la conjunción de tecnologías y combustible. Este último, el combustible, es una suerte de concentrado energético que se transa en el mercado por un valor irreal (otra plusvalía que se expropia), ya que su precio no incluye los costos totales de su ciclo de uso que van desde la producción hasta el consumo y disposición final (from cradle to grave, le dicen). No hay compensación al ambiente, del que depende la humanidad entera, por los efectos nocivos que el uso del combustible produce. No se paga por la contaminación ni por los daños asociados a la extracción, tampoco por las emisiones de carbono, el efecto invernadero ni el calentamiento global. Es una situación similar a la que ocurría con los esclavos humanos, utilizados como una especie de combustible concentrado -su fuerza de trabajo-, para mover una “maquinaria” de producción sin compensar las consecuencias de su ciclo de uso. Seres sometidos a un trabajo agotador, extenuante, que producía un severo desgaste físico y muerte prematura, viviendo en condiciones de insalubridad y acumulando resentimientos generacionales por la enajenación y el permanente maltrato físico y sicológico. Es decir, generando condiciones de inestabilidad social, aunque de otra naturaleza, quizás equivalentes a las que hoy día producen los efectos de la quema masiva de combustibles fósiles y la explotación capitalista. La explotación siempre conduce a los desequilibrios.

Parece entonces que al final, todos seguimos siendo esclavos. Mira pa'esta lista y ubícate:


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