Un rebaño de disidentes: el conflicto social


Eduquemos a la población bajo unas premisas determinadas. Algo así como un conjunto de normas o un marco de referencia intelectual: paradigmas, axiología, epistemologías, asociadas a una determinada línea de pensamiento, a una verdad configurada por alguien o consensuada por algún poder. Educando así, se procura (más bien se asegura al naturalizarlo) la adhesión del educado a la escala de valores, al lenguaje, a la concepción de la vida, a la visión del mundo y a la ética de quien suministra la referencia: se forja así una ideología y se educa en ella al replicador. Se fabrican seres equivalentes. Se inventa una cultura. Si ahora el marco cultural se refuerza durante toda la vida, para todas las vidas, porque se te enseña y porque creces rodeado de otros educados en la misma dimensión, con una línea común de pensamiento, es difícil que como individuo se aprenda, o se intente, o se desee aprender alguna otra cosa diferente. Y lo más probable es que no se sepa cómo, o que ni siquiera se piense en salir de esa tranquila equivalencia de pensamientos. ¡A mi no me vengas a adoctrinar! Te replican con desagrado, si intentas mover algo. Claro, siempre habrá molestos disidentes.

Los cachorros de tigres cazan para comer, lo hacen porque sus padres lo han hecho y lo observan, así aprendieron y así sobreviven; así se educan. Los Aztecas bebían la sangre de los derrotados, dizque para adquirir sus fortalezas; en eso creían. A esto le decimos “reglas de la sociedad”. Te comportas como los que te rodean y listo, eres un ser social y estás en sociedad. Además, por refuerzo permanente, se afianza una sensación de estabilidad anímica que te hace sentir protegido y en paz. Te sientes cómodo porque eres igual (equivalente) a quienes te rodean; te pareces a los peces que nadan contigo en la misma pecera. No tienes conflictos, te mantienes igual porque siempre hay alguien cerca que te lo recuerda y te lo confirma, hasta te da palmaditas de consuelo. Repito: te sientes como pez en el agua: relajado. Los investigadores aseguran que podemos ser cualquier cosa, depende más de las condiciones en las que crecemos que de lo que tenemos en los genes. Quizás exagero, pero creo haber leído alguna vez que si se clonaba a Lucy (Australopithecus afarensis), la niña tendría el potencial intelectual de terminar hoy día un doctorado en cualquier universidad del mundo. Lo interesante de esta posibilidad es que, parece ser que podemos demostrar ser tan inteligentes y equivalentes como el entorno en el que nos desarrollemos. ¿Qué será entonces lo que realmente nos hace tomar decisiones o disentir en la vida?


En ese orden de explicaciones que buscamos, las ciencias sociales siempre han ayudado enfrentado al difícil tema de justificar porqué la gente se comportó tal cual lo hizo. Siempre ha estado a la saga explicando lo que ocurrió, estilo forense, pero ni de vaina se le ocurre aplicar lo que explica, para intentar modificar lo que viene. Se ocupa más bien de reclamar a quienes intentan la estandarización, o peor aún, lo hacen jugando al escondido. Es decir, en su juicio nunca se equivocan, porque quien jurunga en el pasado lo hace con eventos que ya ocurrieron y ya sabes lo que pasó. Una especie de patólogo social. La certeza de su análisis estará tan cerca de la certeza con lo que averigüe. El científico social de corazón alega que el comportamiento de la sociedad es infinitamente complejo y aleatorio, sueña y describe la sociedad que le gusta pero nunca con proponer el camino. Mientras que su colega, un científico social contratado por el mercado, vive de torcer los caminos de la mente humana para favorecer el bolsillo de su patrón, porque esa sí parece ser una forma válida de intentar hacer cambios en la sociedad.

Pero resulta que la respuesta social no es ni aleatoria, ni desordenada ni al azar. Sólo lo es para el investigador social que se empeña en observar el fenómeno en conjunto desde afuera, porque supuestamente no puede predecir lo que viene. La respuesta se le vuelve aleatoria. Sin embargo, para cada uno de los actores observados, es decir los conejillos de indias, la respuesta es completamente ordenada, razonada y definida, así actúe cada quien como miembro de una manada o lo haga según una reacción individual, emocional o pataleta, porque siempre el conejillo actúa en función a un criterio, a una historia, a una formación, a un impulso, o a lo que piensa; el conejillo vive en relación a un paradigma, a su doctrina, a la cultura en la que se formó. Sin embargo, el conejillo disidente, aquel individuo desequivalente, el desigualado, utiliza también su juicio individual para comportarse en la sociedad como le viene en gana. Al azar para los demás; premeditado para cada quien. Los otros equivalentes enjuician su actitud y cuestionan su cordura, la comparan con la normalidad y en base a eso le sentencian la insanidad mental: ¡tú estás loco, chico!

Por eso, cuando la inteligencia nos desvía la equivalencia, surge la disidencia, esa tara social que nos convierte en antisociales, rebeldes sin causa, posiblemente portadores de una especie de locura. Totalmente azarosos, siempre te salen con una vaina rara. Impredecibles. Perturbadores para el resto. Los evaluadores de esta disidencia: los psicólogos, los policías, los “buenos” ciudadanos, etc., formados también en el mismo discurso de los evaluados, que ven y observan con los mismos anteojos, califican las actitudes individuales de los disidentes bajo ese mismo patrón de pensamiento.

Y, ¿qué encuentran? Un diagnóstico: amigo disidente, todos esperamos que usted se comporte de este modo: así y asao. Lo necesitamos como un engranaje silencioso de este sistema de producción y en esta convivencia social estable. Queremos que siga así. No grite, asusta al resto. Si usted no quiere cooperar, pues para eso tenemos los manicomios y las cárceles, conocemos de medicamentos y terapias que funcionan. Queremos que no se apague, tan solo deseamos que siga funcionando pero sin estorbar el movimiento al resto ¿Acaso suponía que en esta tierra iríamos caminando agarrados de la mano, cantando todos en armonía y en paz como era en el Edén? Se equivocó. La vida es un conflicto permanente, nunca se está en paz. Aunque siempre la procuramos, a pesar de gente como usted. La vida es una lucha constante contra la muerte y al final esta siempre termina triunfando ¿qué diferencia hay entonces con lo que intentamos hacer de buena fe? Así que serénese, queremos su amable compañía y en paz, produciendo.

Por si acaso, mejor escucha lo que postuló Foucault

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