La conformación de una reserva y sus divisas


Una moneda o divisa es un pedazo simbólico de algún material, metal o papel, que se utiliza como medio indirecto de pago, supuestamente para “simplificar” el intercambio de bienes y servicios entre partes que han aceptado su equivalencia de valor. La referencia numérica del papel es a un valor real, firme, reconocido y aceptado por las partes. Es indirecto porque en principio el pedazo simbólico no tiene mayor valor, sólo representa a uno que sí lo tiene. Se supone que simplifica porque no tienes que cargar con piedras preciosas en el bolsillo para pagar, cosa que resulta cómoda, segura y práctica, más cuando ahora esos “valores” son apenas números en transacciones bancarias que encima son electrónicas. En tu tarjeta de débito puedes cargar la custodia de los ahorros de toda tu vida, representados con un simple número en un balance.

Ese valor real referenciado indirectamente es a lo que dentro de un país se llama las reservas monetarias. Si pretendemos que sean aceptados por otros países en algún intercambio, las monedas se llamarían divisas y las reservas se llaman “internacionales”. Cuánto crea yo o no crea en la validez de esas reservas y su moneda asociada, determinan mi confianza (fides - fiducia, confianza en latín) y con ella, la aceptabilidad en el intercambio de divisas con otros; lo que llaman la tasa de cambio. De esa palabrita en latín (fides) bautizaron lo que se conoce como dinero fiduciario, que es la nueva forma histórica de meternos el palo para seguir explotándonos como esclavos. Más adelante veremos cómo.

La cantidad de monedas que se emiten dentro de un país debería estar en sintonía con la cantidad de riquezas que se producen ¿por qué? Porque se supone que esos papeles representan parte de una riqueza que existe y debe ser real; justamente en eso confío y por eso las utilizo como medios de intercambio. Esta sintonía numérica nunca es exacta, sería inútil adecuarse instantáneamente a las entradas y salidas del pote nacional (las reservas) para compensar instantáneamente el valor exacto de las moneda. No tiene mucho sentido hacerlo. Las políticas monetarias del país deben vigilar es el balance entre lo que entra y lo que sale del pote para mantener estable el valor referencial de la moneda. Si se emiten más monedas de aquellas a las que se pueda garantizar el respaldo, en la práctica, el valor nominal de cada una de ellas se reduce, porque la riqueza real sigue siendo la misma (la moneda entonces se devalúa). Si en el pote hay diez unidades de valor y tengo diez monedas unitarias en circulación, referidas a esa reserva, cada moneda equivale a una unidad de valor. Si acuño diez monedas más y el pote sigue igual, es inevitable que cada moneda ahora valga media unidad, así yo diga que vale una. Sin embargo, y a favor de esa inexactitud intencional, cuando estas emisiones se hacen de forma controlada, la inyección de “liquidez” puede ayudar a dinamizar a una economía estancada. Los Monetaristas han escrito mucho sobre cómo funciona este mecanismo.

Dentro de nuestras fronteras, los medios de pago pueden cambiar de valor en función de los vaivenes de la economía; en el planeta entero funciona así. Inclusive, es posible que te cueste creer cómo funciona en la realidad el sistema monetario mundial. Lo cierto es que en momentos de baja producción, un aumento controlado en la cantidad de bolívares circulando ayudaría a dinamizar el trabajo de la gente. Es lógico esperar que al haber más dinero, aumenten la producción y los intercambios, y con ellos la recaudación posterior de impuestos que vienen a ser una forma de recolectar de nuevo los bolívares en “exceso”. Con estos ciclos expansivos se beneficia a la economía de cualquier país, menos la de Venezuela. En nuestro país, cualquier expansión monetaria se va hacia la compra de dólares y, con la inundación de dólares en efectivo para el intercambio, los impuestos se evaden.

Cuando toca utilizar el armatoste teórico de la expansión para intercambiar bienes con otros países, porque allá tienen una simple verdura que aquí no me alcanza, es indispensable que el intercambio sea equivalente para ambas partes; si no lo es, simplemente no se da (esto último es muy importante). Si un kilo de esa verdura se produce allá con 10 monedas de allá, y un kilo de la misma se produce aquí con 20 monedas de acá, es claro que la relación entre ambas monedas es de 1 a 2. Para hacer justicia económica, equilibrar esfuerzos y que alguien acepte la transacción, valdría cambiar 1 kilo de la verdura local por 1 kilo de la foránea. Es decir, habría que entregar 20 monedas locales por un kilo de la verdura foránea o 10 monedas foráneas para un kilo de la local. Si le meto más entusiasmo a mis cultivos y logro el mismo kilo, pero reduciendo mi costo de producirlo a 10 monedas, la tasa del intercambio subiría 1 a 1; mi moneda se revalorizaría respecto a la otra. Si se mantiene la misma diferencia tecnológica entre los dos países y/o la misma intensidad del trabajo productivo, entonces la tasa de cambio entre los dos divisas se mantendría constante. Por el contrario, si me rezago o me arrecuesto (o me sabotean arteramente la tasa del intercambio desde afuera), entonces la relación cambiaría y mi moneda se devaluaría frente a la otra. Si mi capacidad competitiva se reduce relativamente, mi moneda pierde valor frente a las otras; eso es la devaluación.

Si mi capacidad productiva como país es baja, pero tengo un activo que puedo ir rematando para compensar el déficit y equilibrar el intercambio. Es decir, si te pago la verdura que necesito por partes: una parte con divisas de un trabajo productivo insuficiente y otra parte con renta del petróleo, pues recuperaría el equilibrio global y así podría finalmente importar la verdura. En Venezuela, casi toda la factura la pagaba el petróleo. Sin petróleo no hay verduras, como ocurre ahora.

El petróleo representaba el 95% de los ingresos de divisas al país y aunque el PIB petrolero estaba por el orden del 30%, el 70% restante se movía gracias a la vaselina del otro 30%: repuestos, equipos, insumos, materias primas, financiamiento externo, comercio. Hasta la empacadura de la bomba de agua para regar la siembra de maíz se compraba con petróleo. Ese maíz de “producción nacional” se siembra con semillas importadas, con fertilizantes importados (porque bachaquean a los de nuestra petroquímica), con tecnología importada, se cosecha con maquinaria importada que además funciona con combustibles producidos en refinerías nacionales, sí, pero que requieren de repuestos y aditivos importados. Nojoda, lo único que ponemos completo aquí es el Sol, y eso porque cae encima. Nuestra economía y subsistencia es absolutamente dependiente de las divisas que entraban por la venta del petróleo, lo sabíamos desde que tuvimos uso de razón y dejamos que todo siguiera igual, rumbeando la riqueza, ignoramos los miles de llamados que se hacían desde este Gobierno para ejercer la contraloría social que sale en la CRBV y que tanto reclamamos (cuando nos conviene). Puros llamados desesperados sin respuesta, hasta ahora, que pedimos aumentos de sueldo y nos quejamos por el alto costo de la vida.

En una economía relativamente sana, se puede reducir el costo de la producción en varias formas. Una de ellas es con tecnología, para producir más bienes con menos costos por unidad producida; lo que llaman economía de escalas. En el mundo actual esto se hace automatizando los procesos, de forma que con la rapidez y precisión del trabajo mecanizado se logran menos desechos, se aprovechan subproductos intermedios, se producen más cosas en menos tiempo y la calidad final es superior; más eficiencia. Claro que para producir más es indispensable meter más recursos, incluyendo más energía que hoy sale de los combustibles fósiles (por eso es tan valioso el petróleo). Otra forma de reducir los costos es deshumanizando la producción, lo que no significa que los humanos se sustituyen por robots, que es lo que describí antes, sino que se tratan a los humanos peor que a los robots y se esclavizan, reduciendo el costo de la mano de obra y el costo final del producto. Esta última es una de las favoritas en la actualidad, habiendo tanto muerto de hambre por ahí que se puede explotar, sería un desperdicio económico no hacerlo.

Otra forma de hacernos competitivos es reducir el costo de los insumos, uno de ellos pudiera ser la energía; pero puede ser peligroso. Se hizo en el país durante muchos años, regalando la gasolina, y ¿en qué terminó? En bachaqueo de productos subsidiados y contrabando de gasolina para el negocio de la cocaína en nuestro país vecino. Cada producto subsidiado es como un billete de dólar también subsidiado, el bachaquero lo compra aquí y lo revende allá. Más rentable aún cuando alguien hace negocio con eso y establece impunemente la tasa de cambio, sin reglas y sin frenos. Pura oferta y demanda en un mercado completamente ilegal y explotador. Puros estímulos conducidos y dirigidos a exaltar y aprovechar la usura natural del ser humano, para lograr un objetivo estratégico de orden geopolítico, sin importar que la sociedad entera se vaya a la mierda y se quede sin principios. A eso estamos expuestos. Esa es la guerra económica.

En Venezuela tenemos energía por tanganazos, es una ventaja que en teoría nos haría muy competitivos, porque es uno de los insumos de producción más valiosos que hay. El detalle es que esa energía no se aprovecha si la vendemos cruda, tal y como lo hacemos desde hace 100 años, porque quienes dominan la tecnología la compran a precio de gallina flaca y con ella producen peroles que nos venden a precio de gallina gorda (mantener este negocio es un objetivo estratégico de orden geopolítico; desbaratarlo también). En todo caso, pareciera ser conveniente que no vendamos un carajo, que utilicemos esa energía para producir aquí mismo todos los peroles que estamos obligados a comprar afuera, nos ahorraríamos así las pérdidas en la venta y las pérdidas en la compra, y nos desarrollaríamos en el camino. Los países industrializados no venden el petróleo que tienen, lo utilizan en su propio desarrollo y por eso han crecido y nos pueden joder. Si no sabemos cómo fabricar los peroles, no importa, aprendemos lo que haga falta en el tiempo que haga falta. A menos que seamos tarados. A menos que creamos que ya somos una sociedad moderna y estamos en la era de la información, y nos regodeemos razonando como si fuéramos de la metrópolis, como hacen nuestros intelectuales de derecha y de izquierda: creyendo que somos harina, sabiendo (escondiendo) que somos afrecho.

En la actual "sociedad de la información", en la que nos alimentamos con el fetiche de las ideas y que idolatramos como algo del futuro, como el sueño de la emancipación final para la humanidad y nosotros como protagonistas de la saga, algún pendejo tendrá que trabajar como esclavo en la tierra para producir la comida de los intelectuales informados (parece que ese es el rol que como país tenemos ahorita, sin saberlo). Porque si la comida saliera de las ideas y de la tecnología, el problema de alimentar a los viajeros interestelares ya estaría resuelto. La comida sale del trabajo, de la tierra, de las manos y de la energía, y la única forma en que pocas manos puedan producir suficiente comida para muchos es metiéndole a la tecnología el concentrado de energía que hoy subsidia a más del 50% de la producción agrícola en el mundo, sólo en fertilizantes: el petróleo que se está acabando. En el espacio interestelar no hay petróleo, por eso no termina de salir el vuelo tripulado a Marte.



Comentarios

  1. Excelente artículo que invita a la reflexión, como todos tus artículos.
    Con un estilo particular, llano. directo y un análisis holístico que desafía a la arquitectura mental construida a lo largo de décadas de "formación". mensajes repetidos y mercadotecnia del sistema o status quo que se nos impuso.

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